Por: Samuel Patiño
A mi gimnasio querido.
Hoy con lágrimas en los ojos tanto de felicidad como de nostalgia me despido de ti, es increíble ver en lo que te has convertido; pero incluso más impresionante es ver en lo que me has convertido, en lo que nos has convertido, y en lo que conviertes a todos los que hacen parte de ti todos los días.
Fuiste arquitecto de sueños, médico de heridas, terapeuta de depresiones, y hoy el epítome de todo ese proceso, de todo tu esfuerzo, pero también nuestro, te abandona para surcar nuevas fronteras más allá del santuario que nos has representado, pero te aseguro que a donde quiera que me vaya, adonde quiera que vayamos, en nuestro corazón la marca de tu escudo, la melodía de tu himno, y el orgullo de haber sido parte de ti no se irá jamás.
Mi Gimnasio, te agradezco, te agradezco por demostrarme que hermanos no son únicamente los unidos por la sangre, por demostrarme que soy capaz de cambiar el mundo, por demostrarme que con ganas todo se puede, por ser ese lugar donde no había tristeza que sobreviviese hasta después del descanso, y por inculcarme esos valores que caracterizan al gimnasiano.
Me preocupo por ti con demasía, me preocupo porque sé que no estás pasando por un buen momento, el valor del gimnasiano auténtico se está disipando, pero recuerda que hasta el imperio más fuerte a veces se ve ultrajado por la adversidad, y tú mi Gimnasio no eres un imperio cualquiera, eres ese que se levanta más fuerte tras caer, eres audaz, eres la vivacidad de la pasión gimnasiana.
Gimnasio querido, mi fuente de verdad, no hay palabras suficientes para agradecerte por todo. La promoción 2025, donde dejaste tu sello, sale con la frente en alto en busca de la grandeza, sale como una gran familia decidida a cambiar el mundo, y a cumplir con todas esas expectativas que nos has encomendado. Y por todo esto y mucho más te estaré eternamente agradecido.