Por: Juan Martínez
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Han pasado ya casi 4 años desde el anuncio del cambio de escudo que tuvo nuestro amado Gimnasio Cartagena. En ese entonces, los colores del escudo de la institución, congruentes a los de la hermosa bandera de nuestra Cartagena de Indias, no inspiraban la nostalgia que en tiempos presentes poseemos los gimnasianos que estamos ad portas de egresar de nuestra segunda casa. Esa identidad propia, musa del orgullo y honor viril de todo estudiante que se crio junto con aquel escudo y aquellos colores, estaba inseparablemente adjunta a costumbres que hacían discernir la decencia gimnasiana. En contraste, los días presentes respiran aires que distan de ser reminiscentes de aquel tiempo. Y tal como ha habido un inconmensurable aporte de parte del cuerpo directivo del colegio, evidenciado en el embellecimiento y adecuación infraestructural de nuestras instalaciones, el amor que le tenemos a nuestro Gimnasio ha de ser el motivo para aportar una mejoría, retornando al sentir de la herencia gimnasiana.
Tras haber sufrido las grietas emocionales, volitivas y académicas creadas por la frustrante pandemia, ciertas costumbres pasadas fueron perdidas al haber superado la fase de reconstrucción institucional post-COVID. En consecuencia, la identidad gimnasiana se ha perdido y confundido. Muestra de ello es la carencia de colores insignia, donde el minimalismo azulado de Aspaen impera a través de todos los colegios de su red privada. La unificación de la imagen de todos ellos elimina la posibilidad de una identidad propia para cada uno, separándolos de su esencia específica y discernidora. En el Gimnasio Cartagena, estas mutaciones se han manifestado en el desdeño del irrefutable prestigio académico y la del carácter masculino y cristiano del estudiante. Es por estas cuestiones de identidad y excelencia que es menester de todos los gimnasianos retomar las buenas costumbres y tradiciones de antaño.
En primer lugar, se han de mencionar las prácticas de caballerosidad que eran más recurrentes en el pasado pre-pandémico. Ponerse de pie al entrar un profesor, directivo o cualquier visitante era muestra constante de la buena educación y cordialidad en todos los grados del colegio. También, han de mencionarse el ofrecimiento de obras antes de empezar las clases, la oración antes de almorzar, el grado de respeto a estudiantes de nivel superior y el respeto hacia los profesores –en especial los de mayor edad, quienes solían dictar clases en los grados más altos–. Respecto a este último punto, no se puede olvidar destacar que ese respeto era reflejado en los apretones de mano y la articulación oral clara, fuerte y cautelosa; y esta, a su vez, usada con total respeto y admiración al hablar con las señoras de servicio –siempre dulces y cordiales– y trabajadores de mantenimiento. Aunque todas estas prácticas orientadas a la formación de caballeros se han intentado restaurar, no se aplican de la manera constante con que se hacía en el pasado, donde cada detalle sutil contribuía a la crianza de gimnasianos integrales.
En segundo lugar, es necesario recordar la excelencia intelectual y académica que caracterizaba a la institución. El nivel de producción oral y escrita (incluyendo la escritura a mano, casi extinta en muchas asignaturas) así como de comprensión escrita y capacidad argumentativa de los estudiantes era mucho más notable. Evidencia de esto es el desempeño demostrado por los estudiantes en las pruebas ICFES en las cuales el Gimnasio Cartagena solía obtener los mejores puntajes a nivel distrital y departamental, simultáneamente figurando como una potencia a nivel regional y nacional. Otra evidencia son los puntajes en los exámenes internacionales IGCSE y IELTS, en los cuales era atípico ver un desempeño con falencias de cualquier estudiante. En comparación, el pasado reciente (post-pandémico) muestra buenos resultados en exámenes internacionales y nacionales. Empero, parte de la egregia identidad gimnasiana eran las excelentísimas y excepcionales notas en estas pruebas que, figurando en el primer puesto, siempre llenaban de júbilo y orgullo a la comunidad educativa. Además, esto generaba un sentimiento fuerte de admiración y respeto enaltecido de los estudiantes de nivel medio y primaria ante los estudiantes que daban la cara por el colegio en estas instancias, noción que se ha de reiterar. Ergo, una fracción significativa del menester de los estudiantes que egresarán en las próximas promociones será repetir el puntaje en estas evaluaciones estandarizadas, de modo tal que la identidad gimnasiana se vea rejuvenecida y fortalecida como en la excelencia de antaño.
Por último, y más importante, existe el deber de restaurar la primacía de la cristiandad católica y las prácticas derivadas de ella como parte del retorno a la esencia del estudiantado de nuestro Gimnasio, fuente de verdad. Sobre toda la caracterización viril e intelectual, yacía una imperante fuerza de sabiduría que guiaba al gimnasiano de antaño: la práctica de la fe católica en pequeños actos significativos. Los gestos de contrición ante Dios al iniciar las clases eran algo que todos los profesores y estudiantes procuraban cumplir. Ponerse de pie, juntar las piernas, mantener una postura recta, dar toda la atención y mantener un perpetuo silencio en el salón eran actos indispensables para poder proceder a realizar el ofrecimiento de obra. Estas bellas prácticas hacían del gimnasiano un hombre católico firme en su fe y en el buen uso de su libertad. A esto, se le suma la disposición de bendecir los alimentos junto al director de grupo en los almuerzos. También era frecuente encontrar en el fondo de los salones el rezo del Ángelus -infaliblemente realizado por todos cuando acaecían las 12:00 del mediodía- y el Padrenuestro, entre muchos otros. Aun en los estudiantes adolescentes, escépticos y siempre en busca del criterio y desarrollo personal, estas costumbres eran practicadas con toda la entereza y devoción de un caballero en formación. La disposición física de compartir en grupo la intimidad individual con Dios era la costumbre más loable y admirable en el Gimnasio Cartagena. Por tal motivo, se genera una urgencia de volver a las prácticas cristianas que inspiran tal grandeza.
En última instancia, queda clara la imperativa necesidad de recuperar aquel espíritu gimnasiano, discernido siempre por ser, entre todos los colegios, el más encomiable. Hoy, en medio de un Gimnasio Cartagena muy cambiado, notamos cómo en poco tiempo dejaremos de haber gimnasianos henchidos de orgullo, honor e identidad con el teñido de beldad en los colores rojo, amarillo y verde del escudo original de nuestra institución. Resulta de altísima importancia retornar a las costumbres de caballerosidad, intelecto y espíritu, así como promover la divulgación de simbología institucional que infunda el clamor y el orgullo de ser gimnasiano en la totalidad del estudiantado. Esta cuestión de identidad es de gigantísima magnitud. No consumar soluciones será el más grande yerro de nuestra comunidad educativa. No es por nada que sabemos que ignorar las tradiciones de antaño es ignorar la sabiduría del pasado.