Por: Juan David Martínez
Cuenta la leyenda que al séptimo día Dios descansó pero al darse cuenta que le faltaba al mundo de los hombres el más genio de los genios creó a Moncho. Hay otros que dicen que fue el mismo Moncho el culpable de extinguir a los dinosaurios con su regla y sus gráficas de cálculo. También dijeron los filósofos modernos que Descartes y Newton crearon el plano cartesiano y el cálculo respectivamente tras un regañón de Moncho al poner un taller de funciones con sietes puntos con dos subpuntos faltando cinco minutos para acabar su hora. Por ahí se ha dicho asimismo que Monchito creó las calculadoras digitales por allá cuando no se había grabado un vallenato y que antes de estar en el GC le dio clases de matrices a Escalona y a unos gringos en un Liceo y por su culpa se compuso “El testamento” y se crearon los computadores y la programación. Gimnasianos habemos hoy también como testigos de que tras unos dieciséis mil quinientos cinco días de pedagogía al término de este f(x)=x^2+21 si x=3 de mayo nuestro gran matemático de pantalones formales, reloj grandote, voz gravísima, poca estatura y talante de gran sabio hombre cristiano con canas ruidosas egresará junto con su cuadragésima cuarta y nostálgicamente última promoción de sobrevivientes de sus “sáquenme una hojita” e imposibles exámenes finales. Estas son las letras dicientes del rumor de las elegíacas hojas amarillas que caen frente a los salones de 12° en los maitines que anuncian la triste nueva de que el tiempo incontable de la eternidad profesoral de nuestro viejito amado ha llegado por fin a su otoño.
Entre tantos mitos sobre su figura y su edad, de Moncho sabemos una épica historia de vocación y amor confirmada en las anécdotas contadas e incontadas de sus raíz cúbica de 421875 años y piquito de vida. Historiadores datan que tras su providencial concepción en la época prehistórica él cuando bebé balbuceaba “ma, ma, ma” y su madre pensó que su primera palabra iba a ser “mamá” pero la sorpresa fue tan grande como el conjunto de los números reales cuando el bebé dijo “ma, ma, matemáticas, me hacen el taller”. El prodigio pitagórico creció y en el año 3x-5910=0 de nuestra era se graduó con egregios honores y la distinción “Mejor Bachiller del Concurso Coltejer” del Liceo de Bolívar, mérito que le permitió estudiar en la Universidad Pedagógica y Técnica de Colombia en Tunja. En el año del décimo término de la sucesión An=1966+(n-1)*1 se convirtió en el más licenciado de los licenciados como Licenciado en Matemáticas y Física, acto seguido fue contratado por el Gobierno Nacional para iniciar su sempiterna labor pedagógica en el calurosísimo Colegio Pinillos de Santa Cruz de Mompox, donde duró un año. Volvió a Cartagena y empezó a ser profesor del INEM, institución en la que estuvo hasta 3*5 años después del inicio del siglo XXI. Unos años pasaron desde su entrada al INEM para que en el ((x-10)/2)=985 d.c iniciara la más magna presencia pedagoga que Aspaen Cartagena ha tenido en toda su historia. En el décimo día del lejano marzo de hace (3^2)*5 años comenzaba la épica historia del héroe matematizante culpable de la gloria epistemológica de nuestro Gimnasio.
De sus albores en el GC se cuenta que ya leyendas como León Quintana hacían parte del profesorado desde los tiempos de Simón Bolívar. Los estudiantes de aquel entonces lo veían como el novato, algo que a cualquiera del presente le parecería una cuestión ficticia. Dictaba Química, Física y Matemáticas y con su metodología disciplinar acompañada de una tiza terrorífica demostraba el dominio fácil de su eterna regla, la cual era desde aquel tiempo tres veces más larga que su propia estatura. Dicen antiquísimos que sin duda él demostraba ser esa clase de maestro que no se olvida, que sus desesperos pedagógicos más genuinos se transfiguraban en los primeros éxitos que empezaban a enmarcar al Gimnasio como colegio promesa a nivel distrital. Y al son de un parpadeo ya quedaba extinguido el nombre que aparece en su Cédula de Ciudadanía, el supuesto “Ramón Blanco”, y se instituía inequívocamente el Moncho que nos ha durado más de 2*10^2+3 años, y sus primeras promociones empezaban a irse con él en su memoria y él con ellos en la suya: ejemplo de esto es Carlos Awad, alumni del 81´, época antigua de la primera promoción de sólo hombres del GC, quien por azares de la vida cuenta con un sobrino 41 años menor que él, Jorge Andrés, que es y habrá sido parte del último grupo de graduandos sobrevivientes del Moncho, los cuales hemos todos evidenciado la calidad humana de su eminencia.
Así lo demuestra la anécdota que dicta que en una fiesta de grado a inicios de la década novena del anterior siglo sus pupilos lo invitaron a compartir el sabor de gloria de graduación, y que en esa ocasión cuando el colegio era calendario A, la celebración sería en la segunda semana de diciembre, justo antes de su cumpleaños en la fecha del sexto número primo del mes. Moncho namás pidió que invitaran a su esposa como condición para asistir, lo que se cumplió, y él fue, así como grato fue que cuando acaecieron las 12:00 a.m pusieron la canción del Cumpleaños Feliz y empezaron a cantar y a bailar los alumnos y los asistentes de la fiesta con él como inigualable centro, en un son que demostró el buen gusto por la vida y la fraternidad del amor por el prójimo como nos enseñan Dios y los regaños de Moncho. Otros cuentos de la década aquella son remembranzas de una vez en la que dejó 100 ejercicios de Cálculo Infinitesimal para una Semana Santa de la que los estudiantes alardeaban que “no iban a hacer ná´” y hoy al haber pasado tres décadas del incidente atestiguan con cariño en su memoria que Moncho fue el profesor que más les expresó una necesitada cátedra de autoexigencia y excelencia. Como parte de su mito, varios hemos visto cómo a lo largo de sus inconmensurables décadas de enseñanza él ha sido el mejor o tal vez el único capaz de hacer exámenes finales con ojos propios. Porque, como cuenta la tradición oral, en un día de evaluaciones finales de Matemáticas en el que tuvo que dejar solo un salón completo por ir al baño un breve momento, otro profesor vio la supuesta locura de nuestro prodigio al dejar a 20 estudiantes con total libertad de garcipoleo sin autoridad y trató de advertirle, a lo que el Moncho respondió que “ombe, no te preocupe´, mis exámenes se cuidan solos”.
Empero, Moncho es la antítesis del egocentrismo y la sobradez: es la personificación del valor real de la cristiandad humilde, un hombre tan grande que siempre se le encontró postrado ante Dios en el oratorio escolar al iniciar la jornada y tan virtuoso que nunca dejaba de preguntar a primera hora si ya se había hecho la oración para hacerla en caso de que no, y tan ejemplar que nunca dubitaba en expresarnos que siempre nos encomendaba en sus oraciones a Dios Padre y que cuando el Gimnasio era siempre el primero de primeros en el ICFES él nunca falló en mencionar que era porque Dios nos dotaba de preciso modo un poco de su sapiencia. Es por tal que dicen los viejos que Moncho siempre ha sido tan buen hombre que en las eras de babilonios se creó el número cero para representar la cantidad de ego en su persona.
Dicen también los viejos que su calidad humana y profesional lo hicieron merecedor de los tratos más imposibles con tal de que permaneciera por la eternidad en el colegio. Cuando nos mudamos de sede para Zona Norte, y no había visible para el ojo un árbol en las instalaciones y el sol pegaba más que cuando los egipcios construían las pirámides usando la lógica matemática de Moncho, el carro del matemático era de los que peor sufrían de la radiación por ser de color negro. Jocosamente, dijo que lo que daba ese sol eran ganas de renunciar, cosa que Fernando Díaz Granados, rector del colegio para los tiempos aquellos, escuchó. De manera asustada y terriblemente urgente decretó perentoriamente la directriz rectoral de la inmediata plantación de un árbol para Moncho con tal de que pudiera parquear su Chevrolet negra sin problemas y permaneciera así como profesor por los siglos de lo siglos de los siglos por venir que ya tenía cumplidos. No obstante ya desde aquella década se vislumbraba tenuemente la mínima y escandalizadora oportunidad de que Moncho se fuera del colegio. Cada año pasaba y los chismes sobre su sapiente vejez proliferaban el decir que ya Moncho se iba del colegio y que se estaba en los tiempos de su final. Aquella verborrea era siempre refutada por la prudencia del maestro que siempre volvía y nunca se cansaba de dar sus clases con resiliencia, tanta que una vez en que se nos había dañado el cerrojo de una puerta para entrar al salón de clase y las ventanas no abrían, Monchito dictó con su grave voz estentórea de profesor inspirador del más alto respeto un taller sobre el universo de los números enteros a través de una ventana ligeramente entreabierta que era circundada por sus colegas y el alumnado de bachillerato que incrédulos atestiguaban con admiración al mismísimo mito en persona haciendo gala honrosa de su fama de maestro incansable. Por esas cosas es que cuando se evaluó su desempeño como profesor en uno de sus trabajos complementarios en la Universidad Rafael Núñez, fue el único entre centenares que fue ratificado con un 100/100 a su calidad como profesor.
Pero por más que uno no lo quiera, que en el GC nos sangre, que vayan y vengan las personas, que caigan imperios, que se inventen nuevas maldades y nuevas tecnologías, el tiempo recubre sin consideración nuestras buenas intenciones y plasma sin dar importancia a nuestro dolor la realidad de que tras millones de clases que cansados nos tenían sin tener final, tras lágrimas de sal y de azúcar por sus tareas, tras recuperaciones y remontadas, tras hijos de hermanos de hijos de sus primeros graduandos, ya Moncho se nos va del Gimnasio Cartagena. Moncho, “unidad dialéctica indivisible y unívoca de ser humano y matemáticas”, en palabras de Álvaro Ramírez -quien fuera otro histórico y gran culpable según se dice de la gloria de nuestro Gimnasio-, nos enseñó a ser hombres humildes y trabajadores en cada uno de sus no tan suaves regaños. Ha sido el culpable tras medio siglo de servicio a sus estudiantes de que muchos gimnasianos hayan encontrado primaveras de felicidad a través de la vocación subjetiva, por la cual lo mantienen siempre en fresca memoria cuando hablan de él a sus hijos y a sus amigos, así como nosotros los que hemos sobrevivido a él siempre contaremos cómo nos hincha de honor el hecho de haberlo tenido como nuestra guía, pues el perecer del cuerpo y de las compañías en vida que se perdieron con muertes o engaños nunca fueron suficientes para equipararse a la lealtad de Moncho con el Gimnasio. Profesor de nuestros profesores, de nuestros hermanos medianos y mayores, de nuestros padres, de nuestros tíos más viejos, y hasta compañero y a veces profesor de nuestros abuelos, él siempre será por dos mil años más nuestro profesor emérito. Nunca nadie se hubiera imaginado que el GC se iba a quedar sin él, que ya no habría un tiempo como la tenebrosa época del preicfes de los vengadores: Gueto, Geova, Suárez, José Luis, César y Humberto... Era, es y parecía que un GC sin Moncho era Roma en su caída, una tonta mentira, una Cartagena sin mar, un cielo sin nubes, un canto sin voz, un ser humano sin alma. Por más que uno no lo crea, se tuvieron que crear las computadoras, los celulares, la inteligencia artificial, nuevas guerras, una nueva Constitución Política de Colombia, la caída de grandes imperios, los carros eléctricos, un nuevo siglo de historia occidental, y más mentiras de nuestra verdad contemporánea para que dejáramos de reírnos del chiste de que Moncho se iba del colegio.
Hoy lamentamos para los gimnasianos del futuro que nunca harán parte de esa historia llamada Moncho. Se acabaron los “salgo y no recibo”, “no quiero garcipoleo”, “me hacen la gráfica”, “o te pongo cinco unos” y demás fráses célebres que ni el más grande poeta pudiere haber dicho en el instante tan propicio como el del infinito cortisol estudiantil de los últimos minutos de sus clases. Quedará en el aire la incertidumbre de qué sabor le quedará a José Luis, Suárez, Geova, Humberto, César Romero, Álvaro Ramírez, Jaime Fuentes, Rafa Hernández y a otros antiguos al enterarse de esta noticia tan malvadamente irreal y falaciosa. Por lo pronto podremos saber que Moncho deberá estar orgulloso y satisfecho de haber sido un transformador de vidas con su irremplazable labor de liderar la matemática gimnasiana, de haber dejado clara su intención de que fuéramos felices y nunca perdiéramos la línea de ser los mejores porque él siempre quiso que fuésemos exitosos, y que por eso lo queremos mucho, mucho, muchísimo. Siempre estará en nuestros corazones como un grande al que no se le puede ni se le debe comparar con nadie en este mundo ni en los próximos 1000 años que le deseamos y estamos seguros que le quedan de vida. Con los años inexorables como los que nos han traído a su otoño los que hoy nos graduamos seremos padres como muchos han sido o serán de las 44 promociones que habrá graduado y a nuestros retoños contaremos el mito real del hombre que logró vencer las tranzas del tiempo y de la maldad humana con una regla eterna, entre 88 y 160 centímetros de estatura y una cabeza matemática prodigiosa de la que se dijeron y se dirán siempre millones de historias que forjaron un hito central de las comarcas que han construido la existencia misma de lo que ha sido y será para la posteridad el Gimnasio Cartagena.
Muchas gracias por todo, Monchito. Te amamos.