EL OCASO DEL LIBERTALIA
Por: Juan Pablo Benedetti
Henry Louis Wright nunca pensó que ese día llegaría. Hasta ese preciso momento lo único a lo que se había dedicado en su corta e inexperta existencia fue a hacer uno que otro trabajo en uno que otro barco por un pequeño puñado de dinero para subsistir.
Hace tres años el joven Wright estaba trabajando en la labor de limpieza en el interior del Valkyrie XVI. El capitán Jones le indicó las instrucciones de una forma muy específica. Wright debía empezar limpiando el pasillo desde el fondo, justo en la entrada de la bodega interna donde los marineros solían ubicar la comida que podía ser consumida a largo plazo sin ser víctima de los daños naturales dados por el tiempo. Wright nunca se enteró que otra cosa guardaban en aquella bodega. El joven solo se limitaba a imaginar artefactos antiguos, carbón y otro tipo de utilidades. Una vez empezaba a limpiar el suelo del pasillo debía ir cuarto por cuarto y hacer exactamente la misma labor. Wright tenía la estricta indicación de no husmear en los objetos de los demás marineros, de ser visto haciéndolo sería inmediatamente expulsado del barco, sin importar si estuviesen en la orilla o no.
Wright entró en una de las habitaciones a empezar su labor. Desde un comienzo no les prestó atención a los objetos ajenos, puesto que no quería terminar muerto en mar abierto, ya que realmente creía que el capitán Jones lo iba a dejar a la deriva sin esperanza alguna. Pronto se acercó a una de las camas de la habitación por la naturalidad y aleatoriedad de su labor, y observó algo que le causó interés. Sobre la cama pudo ver un libro rojo con un título en la portada que decía ‘’Ivanhoe’’. Wright al ser un apasionado por la literatura se acercó al libro y lo observó de cerca. Parecía estar fabricado con un cuero muy fino y aunque no sabía de qué trataba se vio fuertemente tentado a descubrirlo en ese instante. Extendió su brazo y tocó el cuero con su dedo pulgar. Y justo cuando iba a intentar tomarlo escuchó un chirrido, típico de las puertas de las casas antiguas que no han recibido visitas hace años. Por supuesto su instinto no falló y se volteó rápidamente, evitando todo tipo de contacto con aquel libro.
Ante estaba parado un hombre de lo más inusual. No parecía ser un marinero común de aquel barco. Estaba vestido con un traje que para Henry era bastante fino, ante su desconocimiento de la moda de la aristocracia. El hombre tenía un sobrero negro como la noche y un mostacho tan perfecto que no parecía su propio cabello. El hombre le dio una sutil sonrisa y le dirigió la palabra.
- ¿Qué haces observando mis objetos, joven caballero?
- Nada señor, por favor perdóneme – respondió Wright muy asustado, completamente arrepentido de haber intentado tocar el libro.
- Observo que te llamó la atención aquel libro, ¿no es así?
- Sí señor, de nuevo perdóneme.
- ¿Le gusta la literatura a usted, joven?
- Si señor – Respondió Wright muy confundido, ya que no ve razón de aquellas preguntas ante su trágico destino.
- ¿Habías escuchado hablar de ‘’Ivanhoe’’?
- No señor.
Ante esta respuesta el hombre se acercó a la cama y tomó el libro.
- Este libro es maravilloso – le dijo el hombre a Wright de una forma muy cálida -. Trata de un caballero en el medioevo, Wilfredo de Ivanhoe, y su regreso a su tierra natal después de las cruzadas. No te quiero contar más, no vaya a ser que me escuchen. No está bien visto que individuos como mi persona estén leyendo esta clase de subestimada literatura. Sin dudas te lo recomiendo.
- ¿Me van a tirar al agua? – Dijo Wright confundido ya que le parecía muy extraño que el señor siendo de la clase que es lo trate de esa forma.
- ¿Por qué piensas tal barbaridad? Si fueran a hacerlo yo no lo permitiría, y mucho menos te entregaría por intentar tomar mi libro.
Wright, aliviado se puso las manos en las rodillas y suspiró profundamente
- Muchas gracias señor, aprecio que no permita que me abandonen.
Ante esto el señor soltó una carcajada y le indicó al joven que no tenía nada de qué preocuparse. El hombre se acercó a la puerta para salir y justo antes de cerrar la puerta se quitó el sombrero y miró hacia atrás.
- Mi nombre es Sir Richard Thompson, te convendrá saber mi nombre.
El ilustre cerró la puerta y dejó que Wright continuara con su labor.
Durante el resto de su estancia en el Valkyrie XVI, Wright se topó en varias ocasiones con Thompson y tuvo la oportunidad de formar un lazo de amistad con él. Thompson le contaba como mantenía oculto su pasión por la literatura de todo tipo ya que su propia familia y amigos rechazaban cualquier tipo de comportamiento que lo acercara a la clase baja. Mientras tanto Wright le contaba que tenía el sueño de viajar por todo el mundo en una embarcación y explorar todo aquello no había podido hasta ese entonces por conseguir dinero para él y para su madre.
Fue así como después de aquel trabajo empezó a trabajar en otras labores para el señor Thompson en el interior de Inglaterra hasta cumplir los diez y ocho años de edad, cuando recibiría una grata noticia de Sir Richard Thompson.
En la tarde del tres de abril del año 1836 Wright se encontraba movilizando fertilizante que recientemente había llegado a la hacienda de Thompson. Aquel noble aristócrata le pagaba muy bien al joven Wright, a pesar de en muchas ocasiones realizar trabajos relativamente sencillos que no serían tan bien pagados por un terrateniente cuerdo. Cuando finalizó su trabajo fue a recibir la paga de Thompson al interior de la enorme mansión. Aquel hombre lo recibió en su oficina personal con una grata sonrisa. Estos dos a pesar de ser jefe y empleado eran grandes amigos, y Wright veía en él una figura de padre que lo protegía ante cualquier adversidad, ya que Thompson le permitió tener un rancho muy bien amueblado atrás del jardín. Thompson le entregó un sobre, pero al abrirlo Wright notó que no había ningún tipo de dinero en el interior. Lo único que pudo encontrar adentro fue una hoja de papel muy finamente doblada. Wright, muy extrañado, abrió la hoja, y lo que pudo ver a dentro le dejó los ojos tan abiertos que Thompson pudo verse en sus pupilas, como si fuera un espejo.
- ¿Qué te parece? – le dijo Thompson – No te tienes que preocupar por el dinero, todos los gastos los asumiré yo. Ya desde ahí usted, mi joven amigo, logrará conseguir lo necesario para seguir.
La carta se trataba de los planos de una embarcación, junto con los permisos requeridos para ser construida y posteriormente utilizada.
- Yo, yo no sé qué decir – le dijo Wright muy confundido pero emocionado – ¿Este barco es para mí?
- ¿Sino es para usted para quien será?
- Muchísimas gracias señor Thompson. Se lo agradezco de verdad.
Fue así como, tres años después, un Henry Wright de veintiún años zarpó por primera vez desde el muelle de Ramsgate, Inglaterra, a bordo del Libertalia, nombre que fue otorgado por su viejo amigo Thompson, en referencia a la antigua historia de la ciudad pirata perdida donde no existe la esclavitud.
El Libertalia sin dudas era un barco hermoso. Su exterior era blanco como la nieve con el casco inferior negro como la oscuridad. Medía unos setenta metros de largo y poseía dos chimeneas medianas para la salida del vapor producido por el carbón. Aquellas chimeneas estaban ubicadas paralelamente entre sí, una cerca a la popa y otra cerca a la proa. Poseía tres mástiles similares a los de los barcos antiguos. Estos tenían cuerdas que se amarraban al barco para darle soporte, y a modo de idea de parte de Thompson les incluyeron tres vergas a dos de los mástiles para utilizar velas, y una sola al más pequeño para ubicar una vela direccional. Justo debajo del bauprés ubicado en proa, en la roda, se encontraba la figura de un ave tropical tallado en madera, que tenía un listón entrelazado que decía ‘’Vox Libertalia’’, que traduce del latín ‘’La voz del Libertalia’’. No menos importante, el timón estaba ubicado en una plataforma en popa, donde el capitán tendría un panorama completo del barco.
El interior de la embarcación no era menos interesante. Al entrar por la puerta se encontraban unas escaleras. Bajando por ellas en el primer piso contando de arriba hacia abajo se encontraban las cámaras donde guardaban la utilería del barco. Ahí se encontraban cajones y muebles donde los marineros podrían ubicar sus prendas de vestir, objetos personales grandes entre otras cosas. Además, había una cámara interna de estas bodegas que hacía modo de cocina, lugar donde tanto se guardaban como cocinaban alimentos. En el segundo piso hacia abajo se encontraban dos habitaciones grandes. Una de ellas era la cámara con los camarotes. Ahí los marineros podrían descansar sin ningún problema. Tenían pequeños cajones para guardar objetos personales de valor, como cuadernos o libros. En la habitación contraria se encontraba la biblioteca y en el fondo la cámara del capitán. En aquel lugar los marineros podrían distraerse leyendo libros y en algunas ocasiones bebidas embriagantes. En el tercer y último piso se encontraban las cámaras de vapor y demás bodegas. Ahí es donde se le daba la potencia al barco y se guardaban cosas que no se iban a necesitar en el día a día.
El Libertalia realizó muchos viajes por los próximos diez años. Pasó por el canal de la mancha hasta la isla Jersey donde movilizaron mercancía. Luego llegaron a tierra francesa y movilizaron más mercancía hasta España. Se aventuraron por el mar mediterráneo para diversos trabajos. En algunas ocasiones movilizaban personas, en otras ocasiones mercancía de todo tipo e incluso una vez tuvieron que transportar a un circo italiano completo. Pero luego de mucho tiempo en aquel mar hicieron por primera vez una travesía por el atlántico. Querían ir a Cartagena, uno de los puertos más importantes a nivel histórico en el Caribe. No podían perderse la oportunidad de comerciar en aquel lugar. Desafortunadamente el viaje no fue muy tranquilo. Aquella embarcación por muy hermosa que fuere no estaba completamente preparada para zarpar por el atlántico. La tripulación sufrió percances con la comida y la marea. Cuando llegaron ningún marinero quiso regresar con Wright y se unieron a otras tripulaciones para regresar a Europa.
Wright aprovechó el tiempo para conocer la histórica ciudad. Ya mayor comprendía el valor histórico y cultural que esta ciudad tuvo. Pasó unos tres años en aquella ciudad aprendiendo español y reforzando el barco, preparándose para nueva mente zarpar por el océano atlántico.
Solo quedaba un paso más. Encontrar una nueva tripulación.
Wright conoció en un puerto a un marinero de su misma edad. Se llamaba Ramón Blanco. Era un hombre de baja estatura que decía ser un componente clave en su tripulación por su habilidad innata con las matemáticas. Sin dudas era una gran potencia para llevar a cabo todas las mediciones de objetos, espacios y tiempo. Al principio Ramón se mostraba reacio a cambiar de tripulación, pero al ver aquel hermoso barco y los planes que tenía Wright de regresar a Europa decidió aceptar. Wright se dedicó a conseguir más hombres para su tripulación. El segundo hombre lo conoció en una biblioteca, investigando sobre el funcionamiento de los barcos de vapor. Muy bien vestido y con un bigote característico, el hombre dijo llamarse José Luis Castaño. Wright pudo ver en él un hombre ilustre y sumamente experimentado por la lectura. El hombre aseguró haber participado en más de una tripulación. Además, aseguraba ser muy bueno en la poesía, por lo que sería de gran valor para el entretenimiento de los marineros. El tercer hombre en unirse fue Luis Carlos Suarez. Era un hombre con un timbre de voz muy característico y experto de la física. Sin dudas ninguna vela quedaría mal izada con él a bordo, y el carbón rendiría muchísimo al conocer exactamente las cantidades necesarias para impulsar el barco, no sin antes conocer el peso estimado. El cuarto hombre fue Cesar Augusto Henao, un marinero más joven que los demás, pero con una capacidad física superior al promedio. Sin dudas Wright supo que no se le podía escapar tener un hombre tan fuerte como aquel. El quinto hombre en unirse se llamaba Luis Carlos Bornachera, un pescador maestro en la biología marina, característico por su pelo blanco y negro al mismo tiempo. Era muy bueno cocinando y conocía cuando y como capturar a cada tipo de pez. El sexto hombre fue Jesús Zarate, de baja estatura igual que Ramón, pero no menos capaz de hacer parte de la tripulación. Sin dudas la tripulación era muy característica y demoraría siglos en hablar de cada uno de ellos, pero la huella que dejaron en el Libertalia fue muy importante.
Ya con la tripulación completamente formada comenzaron la travesía a Europa. Los primeros días fueron pacíficos. La tripulación viajó por el caribe y pasó por puerto rico, donde tuvieron la oportunidad de anclar en San Juan y pasar unos días reabasteciendo. Luego comenzaron de nuevo el viaje al Atlántico y lograron avanzar sin ningún percance. Nunca creyeron lograr cruzar el Atlántico de aquella forma tan magistral como lo habían hecho. Sin dudas la tripulación de Wright no falló y creó el mejor equipo de marineros que jamás se pudo haber visto. No hubo problemas con la comida y mucho menos con las turbulencias por marea. Tenían todo medido y el viaje fue un rotundo éxito.
El Libertalia siguió viajando por muchos años, de la misma forma como lo hizo por Europa en sus inicios hasta que un día lo cambió todo.
Wright estaba descansando en su cama en la cámara principal. Disfrutaba de la lectura de un libro de aventuras sin título que había conseguido como parte de la paga en uno de sus trabajos. Sin dudas aquel hombre estaba feliz de en ese instante estar de capitán en un barco. Desde pequeño quiso aventurar y finalmente lo había logrado ante él estaba el hermoso techo de roble, material elegido por Thompson, a quien no veía hace muchos años. Realmente se preguntaba qué había pasado con él. Por primera vez en mucho tiempo Henry se preguntó cuánto tiempo había pasado desde que salió de Inglaterra. Se sobó la barba para sentir cuanto había crecido. Se sentó en la cama en absoluto silencio. Lo único que se escuchaba era el sonido del mar y los marineros trabajando. Henry se levantó de su cama y se sentó en su escritorio, donde leyó uno de los documentos que hace poco había adquirido por una venta de textiles. El documento no era más que la lista de objetos recibidos por el comprador. El único detalle que lo puso a pensar y que provocó en primera instancia que agarrara la hoja fue la fecha. Esta marcaba ocho de agosto del año 1873. Wright por supuesto ya era previamente consciente del año en el que estaba. Pero nunca reflexionó que está envejeciendo. Ya no era igual que antes. A veces le dolían las rodillas y la fuerza que tenía para usar el timón no era la misma. Wright ante esto se levantó de su escritorio y salió de la cámara. En la biblioteca pudo ver a José Luis, casi de su misma edad. No podía creer que había ignorado el hecho que ya no eran jóvenes. Camino rápidamente y pudo ver a todos mayores de lo que los recordaba. Muchos de ellos tenían barbas y se les podían notar canas en su cabellera. Vio en cada uno de ellos el rostro de la experiencia, por todo lo que habían pasado y sin dudas pensó que había que aceptar el destino. Necesitaban una nueva tripulación.
Fue así como Wright y su tripulación regresaron a Cartagena, con la esperanza de encontrar una tripulación tan magnifica como la que encontró en aquel lugar hace muchos años. Cuando llegó se dio cuenta que la ciudad estaba muy cambiada. El tiempo había hecho de las suyas y la ciudad había prosperado muchísimo. El puerto era mucho más grande y podía encontrar muchas más personas de las que jamás pensó ver en aquel lugar. Apenas y se podía caminar por el puerto, y realmente Wright se encontraba muy preocupado si iba a ser capaz de encontrar una tripulación similar.
Lo primero que se le ocurrió a Wright para encontrar algún novato fue buscar algún barco que estuviera en ese momento en proceso de descarga. Divisó un barco pequeño a unos doscientos metros de distancia y le pareció una buena embarcación para empezar.
Al acercarse vio que había un grupo de tres jóvenes descargando enormes bolsas marrones hechas de una tela desconocida para él. Pudo notar que tenía letras de un idioma oriental, pero no pudo reconocer de donde provenían. Wright se acercó al barco desde el muelle y esperó a que los jóvenes descargaran las bolsas que tenían en sus manos.
- ¿Cómo están, jóvenes? – Dijo Wright a los jóvenes.
- Bien, señor – Respondieron los jóvenes al unísono, sorprendidos por la repentina aparición de el para ellos misterioso señor.
- ¿Qué necesita? – Respondió uno de los jóvenes apenas soltó una bolsa dando un paso hacia él.
Wright pudo notar algo en este joven. Era un poco grueso y de piel clara. Esta situación le recordó cuando por primera vez reclutó a Ramón hace muchos años. Él joven traía una camisa blanca desgastada y una boina. Se le veía en la cara que era muy trabajador.
- ¿Alguno de ustedes está interesado en unirse a una nueva tripulación? – Les dijo Wright con amabilidad y seguridad. – El barco está lleno de expertos y les pagaré muy bien, quizás más de lo que jamás les han pagado.
A los jóvenes se les abrieron los ojos, pero solo uno de ellos le dio una mirada curiosa, con una ligera sonrisa. Aquel fue el mismo muchacho que dio un paso previamente.
- ¿Qué trabajo realizaría? – Le preguntó aquel joven.
- Eso estaría por verse, pero a juzgar por lo que he visto eres muy bueno movilizando y organizando cosas. ¿Me equivoco?
- No se equivoca señor, pero déjeme decirle que en este instante estoy en la tripulación del capitán Torres y no pienso irme ahora. Aquí estamos de paso, mañana iremos a Cuba. Tan solo estamos movilizando mercancía asiática que recogimos en Aruba.
Wright quedó impresionado ante este joven. Supo enseguida que lo necesitaría en su tripulación.
- Tenemos planeado regresar a Europa – respondió Wright, - llevamos muchos años trabajando por el mediterráneo y tenemos muy buena reputación.
- ¿Europa dices? – respondió el joven ahora más interesado.
El joven observó el piso. Luego el cielo. Finalmente miró a Wright directamente a los ojos.
- ¿Prometes pagar bien? – le preguntó el joven
- Claro que si muchacho.
Ante esto se dieron un apretón de manos y se presentaron formalmente.
- Mi nombre es Juan Pablo Benedetti – le dijo el joven.
- Mi nombre es Henry Wright – le respondió su nuevo capitán.
Luego de reclutar a su primer marinero Wright se dedicó poco a poco a reclutar a más y más personas. Iba de barco en barco, de mercado a mercado y de bar a bar. Después de un mes completo logró conseguir a diez y seis jóvenes camaradas que se unieron a su tripulación.
Fue entonces que a finales del año 1873 los nuevos marineros se subieron al Libertalia por primera vez, y para asignarle su trabajo a cada uno los ordenó en fila en uno de los bordes de la popa. El primero en la fila de izquierda a derecha era un joven moreno de baja estatura. Traía una camisa con tirantes y un pantalón negro. Aquel joven se llamaba Daniel Ramos y se caracterizaba por su disciplina y energía para movilizar carga.
- A ti, joven Daniel, te colocaré en la cámara de carbón. Cualquier cosa que necesitemos de ti en la superficie serás avisado.
- Si señor – respondió Daniel.
El segundo en la fila era aquel primer recluta.
- Tú, Benedetti, te voy a colocar como velero. Mientras no usemos las velas ayuda en lo que yo te pida. No pienses que no vas a tener trabajo.
- Si señor – respondió Juan Pablo.
El tercero en la fila era un joven muy bien vestido que traía una boina negra como la noche. El nombre de aquel muchacho era Samuel Patiño. Fue él mismo quien convenció a Wright para que lo dejara unirse.
- Joven Patiño, tú también quedarás encargado de las velas, junto con Benedetti.
- Con gusto señor – respondió Patiño.
El cuarto en la fila era un joven fuerte de muy alta estatura. No era un tipo local a diferencia del resto de sus compañeros. Este joven era de hecho español. Mateo Morales.
- Usted es un hombre fuerte así que trabajará junto con Daniel en la cámara de carbón. Serás de gran ayuda para movilizar carga, pero no será en altamar.
El quinto en la fila era un joven de piel bastante clara, alto y delgado, pero Wright notó que le traería gran entretenimiento al resto de la tripulación. Para el capitán él sería como el bufón. Simón Bedoya.
- Tu, mi querido Bedoya, trabajarás como guía en la proa y ayudarás a movilizar carga.
- Esta bien señor – respondió Simón.
El sexto era un joven con lentes que inusualmente vino vestido como un aristócrata. Aquel joven le recordó a su viejo amigo Thompson. Dijo llamarse Hernando Osorio.
- A ti, joven Osorio, te daré el honor de trabajar con las velas junto con los que ya he nombrado para dicho trabajo.
- Con gusto – respondió Hernando.
El séptimo en la fila era un joven de mediana estatura con un finísimo gusto para los alimentos. Wright supo donde iría. Pablo Puente.
- Tu irás de ayudante en la cocina y te haré rotar en distintos trabajos, mi querido Pablo.
- Si señor – respondió Puente.
El octavo era un joven un poco introvertido que dijo unirse temporalmente ya que se quedaría en una de nuestras paradas antes de llegar a Europa. Se llamaba Juan Diego Sánchez.
- Usted irá rotando trabajos ya que durarás poco tiempo. Aun así, empezarás trabajando en la cámara de carbón.
- Si señor – respondió Sánchez.
El noveno novato era el joven de mayor aspecto europeo de todos. Era alto y delgado con el cabello rubio y los ojos claros. Aun así, se consideraba bastante local. Tomás Sarabia.
- Tomás, estarás de ayudante en la cocina junto con Pablo, y al igual que él irás rotando posiciones. Yo te aviso.
- Si capitán – respondió Sarabia.
El décimo recluta era un joven atlético que sería de gran ayuda en su tripulación. No era muy alto, aunque decía sufrir de dolores de cabeza. Su nombre era Julián Anaya.
- Tú serás como Hermes, el mensajero. Tu trabajo será moverte de un lado a otro en el barco llevando información. Cuando no necesitemos de aquel trabajo estarás en las velas.
-Claro – respondió Anaya.
El décimo-primero joven era un joven de larga cabellera y delgado. También era un poco atlético y sería muy bueno movilizando carga. Alejandro González.
- Mi querido joven, tu trabajarás en la cámara de carbón. Si necesitamos tu ayuda en otro lado serás avisado.
- Esta bien, capitán – respondió González
El décimo-segundo marinero era un joven muy carismático, fuerte y dispuesto. Se unió prácticamente por su carisma. Se llamaba Samuel Madrid.
- Tú irás rotando. No sé dónde trabajarías mejor así que probaré suerte contigo.
- Sí señor, mi capitán – respondió Samuel
El décimo-tercero era un joven alto muy conocedor del cuerpo humano. Wright supo que necesitaríamos un nuevo médico, así que no dudó en agregarlo a la tripulación. Decía llamarse Juan Nicolás Moreno.
- Tú serás aprendiz médico. Pasarás tiempo con Mario, él te dirá que hacer.
- Con gusto – respondió Moreno.
El décimo-cuarto joven decidió unirse por aburrimiento. Wright no sabía qué hacer con él, pero notó su espíritu aventurero. Se llamaba Raúl Mogollón.
- Tu estarás en la cima del mástil principal. Observarás desde las alturas todo el panorama. Espero tengas buena vista y sepas gritar con fuerza.
- Si señor – respondió Raúl, con dudas.
Los últimos dos novatos eran dos hermanos muy diferentes entre sí, pero con una química impresionante. Uno era blanco de cabello claro y el otro un poco más oscuro con el cabello negro. Se llamaban Juan Camilo y Santiago Nieves, respectivamente.
- Ustedes dos estarás en la cámara de carbón y en las velas. Irán rotando.
- Esta bien señor – respondieron los dos, uno después del otro.
Fue así como Wright puso en orden a la nueva tripulación y empezaron a trabajar. La primera travesía sería hasta la isla San Andrés. Pasaron unos pocos días en viaje. No iban muy rápido. Daniel, Juan Diego, Alejandro, Mateo y Juan Camilo tiraban carbón para potenciar el barco. Su trabajo era bastante duro pero los experimentados los ayudaban. Ahí estaba Suarez para ayudarlos.
- Primero deben medir el carbón – les dijo Suárez
- ¿Así está bien? – le respondió Alejandro con una carretilla llena de carbón, tan llena que incluso de desbordaba.
- ¿Estás loco? A esta velocidad que vamos solo necesitamos un cuarto de eso – respondió Suárez.
Así mismo como en este viaje Suárez les enseñó a los del carbón, los demás expertos se encargaron de transmitir su conocimiento a la nueva generación de marineros. Ramón les explicó todo lo que debían saber sobre las mediciones marinas y como llevar la logística del barco desde un punto de vista lógico. Mario le enseñó a Nicolás todo sobre la medicina necesaria en alta mar, ya que era de lo más importante en una tripulación al estar expuestos a diversos males relacionados con la pésima higiene.
Su primer viaje no tuvo problemas y llegaron sanos y salvos hasta San Andrés. Ahí tuvieron la oportunidad de conocerse mejor e interactuar con los maestros. En muchas ocasiones tenían altercados porque los novatos en algunas ocasiones consideraban poco útil ciertos conocimientos. A otros se les hizo muy difícil aprender ciertas cosas y los mismos maestros muchas veces no sabían qué hacer con ellos. Pero ahí mismo en San Andrés la tripulación completa se conoció de verdad, y empezaron a ser amigos.
Así la tripulación continuó hasta San Cristóbal y Nieves, pasando por Santo Domingo, San Juan y las islas vírgenes. Ya habían pasado seis meses desde su partida de Cartagena y ahora estaban más unidos que nunca. Aprendían poco a poco y los maestros ya sentían que estaban creciendo. El efecto de su enseñanza ya se notaba. Pasaron unos días descansando en aquella isla, hasta que un día cualquiera Wright recibiría la mejor propuesta que había recibido en toda su vida.
Wright estaba sentado en un bar tomando él solo. Después de todos aquellos viajes con los novatos necesitaba descansar, y que mejor que hacerlo que en un local desconocido en una isla aún menos familiar. Estaba sentado en una mesa en la esquina. La oscuridad del local se hacía sentir y Henry estaba a poco tiempo de quedarse dormido, hasta que escuchó unos pasos que se acercaban hacia él. Wright alzó la vista lentamente y observó como el hombre tomó una silla y se sentó junto a él. La extraña figura estaba muy bien vestida, con un traje completo sin una sola mancha. Tenía el cabello negro como la noche, pero brillante cual estrella, digno de las personas más ricas que eran capaces de cuidar su cabello en zonas tropicales. El hombre estaba perfectamente afeitado y traía varios anillos. Wright notó como sus miradas se encontraron.
- Usted es Henry Wright, ¿Estoy en lo correcto? – dijo el misterioso hombre con una voz grave y poderosa.
- Sí señor, ¿Qué necesita de mi persona? – le respondió Wright, no dejándose intimidar.
- Usted es muy bien conocido en Europa – le respondió el hombre -. He escuchado excelentes reseñas de tus servicios marítimos. Dicen que tu barco es más rápido que un halcón y la mercancía siempre llega completa. ¿Es eso verdad?
- Por supuesto que es verdad. Tengo la mejor tripulación de los siete mares – respondió Wright de una forma humorística.
El hombre no dejó notar ningún tipo de gracia. Se mantuvo completamente serio y callado.
- ¿Necesita de mis servicios? – le preguntó Wright.
- Por supuesto que sí caballero, tengo una mercancía aquí en la isla y usted es mi última oportunidad.
Wright no entendió que le quería comunicar al decirle aquello.
- ¿Podría saber su nombre? – le preguntó Wright.
- ¿Dónde quedaron mis modales? Mi nombre es Lorenzo Giordano. Lo único que le pido es un solo trabajo, y déjeme decirle que la paga es bastante abundante.
- ¿Qué tan abundante?
- Lo suficiente para hacer tuya una isla y construir un palacio. Por la urgencia no le puedo pagar menos.
Wright sintió que había algo extraño, pero decidió continuar.
- ¿A qué se debe tal urgencia?
- Esa información no le compete señor, lo único que debe hacer es movilizar carga – le respondió Giordano un poco molesto.
- Déjeme decirle, Giordano, que yo no acepto trabajo alguno donde no conozca los detalles completos. Si usted no me dice que temo que no aceptaré.
Ante esto Giordano abrió los ojos y se le notó una mirada de furia. Al ver su reacción Wright decidió levantarse sin decir una sola palabra y salió del bar, ahora molesto. Pudo escuchar el sonido de la puerta abriéndose detrás de él y se volteó para ver a Giordano salir.
- Esta bien, te diré, pero no lo hago por bondad sino por desesperación. Tengo que llevar una gran cantidad de joyería de regreso a Sicilia. Las conseguí en varios negocios que tuve por esta zona, pero cada día que pasa noto como la tensión de atracarme aumenta, y a este punto si me quedo un día más con aquellas joyas seré robado, y no puedo permitirlo.
Wright pensó en serio en la propuesta, después de todo ya casi regresaban a Europa y un trabajo que los haga cruzar el atlántico no haría ningún mal. Su única razón para estar inquieto era la paga.
- ¿Y cómo me pagarías? – le preguntó Wright.
- Son treinta cajas de joyería que vas a movilizar. Si logras llevar por lo menos veinte prometo darte cinco. Las cajas están llenas de diamantes, oro, rubíes, esmeraldas y otras piedras preciosas. Además, tienen antiguas espadas y artillería colonial muy bien pagadas si son vendidas en el viejo continente.
Ya Wright estaba convencido. Sería la mejor oportunidad de sus vidas y sin dudas ganarían mucho dinero.
- Me convenciste. Mañana mismo zarpamos.
Al día siguiente dejaron la isla sin problemas. Lorenzo se quedó en la isla ya que no quería arriesgar a la tripulación de una forma innecesaria al tenerlo a él, un hombre poderoso, a bordo. Juan Diego también se quedó, ya que no deseaba ir a Europa. Empezaron su viaje por el atlántico, y el viaje que por tanto tiempo anticiparon finalmente comenzó. Mateo y los demás compañeros le dieron potencia al barco, y cuando alcanzaron al océano, Osorio, Patiño y los demás encargados izaron las velas y empezó la verdadera travesía. Los primeros días fueron normales. Trabajo, luego descansar con unos tragos y continuar al día siguiente. Los marineros aprovechaban para molestar en los descansos. Algunos otros dormían. Unos pocos seguían hablando con los veteranos sobre el barco. No hubo ningún problema hasta que Raúl pudo ver algo a lo lejos. Raúl al notar aquella presencia dio un salto y gritó.
- ¡Nubes negras a estribor!, ¡Se mueven hacia nosotros!
Juan Pablo, Hernando y Patiño escucharon la señal y se la retransmitieron a Julián, quien rápidamente fue a la cámara del capitán a avisarle. Mientras tanto Juan Camilo, que se encontraba afuera, fue a avisarle a José Luis, quien era el primer oficial, el segundo al mando. José Luis por supuesto ya lo había notado.
- ¡José Luis se acerca una tormenta! ¡Ya Julián fue a avisarle a Wright, estamos esperando ordenes!
- No se preocupe joven Nieves, todo va a salir bien – respondió José Luis, escondiendo su temor, ya que jamás había visto una tormenta tan agresiva como aquella.
José Luis notó que la tormenta se movía muy rápido y era imposible de evitar. Debían enfrentarla.
- ¡Benedetti y Patiño!, ¡Pongan las velas cortas, debemos girar hacia estribor!
Benedetti no entendió porque iban directo hacia la tormenta, pero asustado le hizo caso al sabio.
- ¡Si señor! – respondieron los dos.
- ¡Simón!, ¡Raúl!, ¡Abandonen sus posiciones, ayuden a Osorio con el segundo mástil! – gritó José Luis, ellos asintieron.
- Juan Camilo, necesitamos bajar el carbón, ve a avisar.
Juan Camilo bajó corriendo hasta abajo. José Luis usó el timón para mirar de frente a la tormenta.
¡Ahora sí!, ¡Velas medias! – gritó José Luis.
Con las velas medias el barco sería capaz de enfrentar a la tormenta, si iban muy rápido el barco podría chocar contra una mala ola y hundirse.
Justo en este momento Wright apareció con Julián en la superficie, y al ver la tormenta dio una simple orden.
¡Que los novatos entren a sus cabinas!, ¡Esto es demasiado para ellos!, ¡Esta batalla es nuestra! – gritó el capitán.
Rápidamente los novatos llegaron uno por uno a las habitaciones y muy asustados cerraron la puerta.
- ¿Qué vamos a hacer ahora? – dijo Raúl muy asustado
- El capitán dijo que nos quedáramos aquí – respondió Tomás
Madrid sacó una botella de una caja e intentó abrirla. Alejandro se la quitó de las manos apenas la vio.
- Ni se te ocurra tomar en estos momentos – Dijo Alejandro, - el barco se va a mover demasiado, lo mejor es que nos agarremos de algo.
Ante esto todos se agarraron de algún objeto. Algunos de cuerdas en las paredes, otros de las camas. Se prepararon para todo. De repente el barco empezó a inclinarse y se escuchó un fuerte estruendo, y luego empezó a inclinarse al lado contrario. Entonces los novatos sintieron como el barco caía, para ellos era como si cayeran de la más alta montaña. Los camarotes empezaron a inclinarse y los objetos empezaron a caer. El barco iba inclinándose de popa a proa y cada vez la sensación de muerte era mayor. Pasaron así varios minutos hasta que uno de los camarotes que estaban cerca a la puerta se inclinó. Pablo estaba apoyado en él.
¡Cuidado! – gritó Pablo avisándole a todos lo que estaba por pasar.
Santiago rápidamente dio un salto hacia atrás cayendo de espalda, ya que el camarote estaba a punto de caer sobre él. Este grande objeto cayó produciendo un gran estruendo y rodó hacia la puerta, sellando completamente la puerta de entrada. De repente sonó un estruendo aún mayor. Todos los jóvenes miraron hacia el fondo de la habitación y a cada uno de ellos se le erizó la sangre, causándoles el susto más grande de sus vidas. La carcaza rota de algún barco había perforado la suya, y empezó a filtrarse agua en la habitación. Ninguno de ellos sabía qué hacer. Comenzaron a golpear la puerta llamando por ayuda, pero no tenía caso.
- ¡Rápido desarmen un camarote! - gritó Daniel, ¡Usemos las tablas para sellar la abertura!
Entonces todos los novatos empezaron a desarmar como podían una cama, mientras Hernando logró conseguir cuerda y unos clavos con martillo que guardaban en un cofre al final. Les pareció muy conveniente encontrar esto en la habitación, pero asumieron que las aberturas pueden pasar entonces Wright tiene martillos y clavos por todo el barco. Así Mateo empezó a martillar. Cada vez menos agua se metía, a este punto les llegaba únicamente hasta la pantorrilla. Después de un rato el barco empezó a dejar la fuerte turbulencia y cuando lograron sellar la abertura empezaron a tocar la puerta. Era Daniel Sánchez, avisando que ya habían salido de la tormenta, preguntando si todo estaba bien.
Los próximos días fueron de anécdota. Los novatos le contaron absolutamente todo a los veteranos y estos orgullosos y aliviados que lograron pasar aquel obstáculo siempre soltaban una carcajada. Llegaron sin ningún problema hasta el estrecho de Gibraltar, donde después de días de trabajo y disfrute nocturno llegaron a Europa. Si bien ya habían llegado a Europa este no fue su último problema.
Mientras iban en el mar mediterráneo, por la costa de argelina, Raúl nuevamente divisó algo que, de nuevo, hizo que saltara y gritara.
¡Se acerca un barco desconocido! – gritó Raúl
El barco no tenía bandera, así que lo más seguro es que se trataran de piratas.
Wright notó el barco y supo que no tendrían oportunidad. Si bien eran marineros también sabían luchar. Tenían armas por si acaso y para los veteranos no sería la primera vez que manchan sus manos de sangre. Entonces, para evitar la muerte de los novatos, Wright llamó a los que se encontraban en superficie.
- Escuchen, lo más seguro es que alguno muera si nos enfrentamos a ellos, así que escuchen mi plan – les dijo Wright. – Tomen veinticinco de los cofres de Giordano y llévenlos a la cámara de carbón. Díganles que hay intrusos y que seguramente nos vayan a robar. Abran un espacio en las torres de carbón y pongan todo el carbón que puedan encima de las cajas para esconderlas. Necesito que lleven además cinco cofres acá arriba.
- ¿Pero porque no escondemos todas? – Preguntó Patiño.
- Ya verás.
Es entonces que el barco enemigo llegó, y justo antes de que empezaran a atacar Wright les habló.
- Sé que vienen a llevarse nuestra mercancía, y la verdad no estamos en disposición de defendernos, así que tomen todo nuestro botín.
El capitán del barco enemigo dio una mirada sospechosa. Este era de aquella misma costa africana. Traía la cabeza cubierta con telas desconocidas para los jóvenes y su tono de piel era un poco oscuro, pero diferente al de los caribeños.
- Escúchenme – dijo el capitán enemigo, - que toda la tripulación venga a la superficie, vamos a registrar el barco.
Todos salieron a la superficie. Excepto uno. César Henao. Este tripulante era el que mejor se llevaba con los novatos. Pasaba mucho tiempo con ellos y al ser el menor de los viejos no tenía problemas con conectar con ellos. Los novatos, nerviosos por el futuro de César se preguntaban porque no había salido.
Todos los tripulantes del Libertalia se encontraban en la popa arrodillados, siendo amenazados por tripulantes enemigos. No les hicieron ningún daño ya que su capitán les dijo que solo los asustaran. Y sin dudas funcionó.
El capitán durante varios minutos registró el barco. Salió con unos cuantos collares y objetos pequeños de los tripulantes. Era eso o perder sus vidas. El barco enemigo tenía muchos más tripulantes y estaba mejor armado.
El capitán enemigo aceptó el trato. Hizo un comentario sobre el pésimo olor que tenía la cámara de carbón. Decía ser pirata, pero ellos si mantenían su barco en buen estado. César lo que hizo fue llevar pescados y esconderlos por todo el lugar, para crear un olor repulsivo que alejara a los enemigos de ahí, donde estaban escondidas todas las demás joyas. Justo cuando el capitán enemigo montó los cinco cofres en su barco se detuvo antes de irse devuelta a su barco. Dijo que le pareció muy estúpido aquel atraco y que quería entretenerse un rato. No quería robarse un botín tan bueno sin derramar sangre.
- Que nuestros segundos al mando hagan un duelo a revolver – dijo el capitán enemigo.
Entonces José Luis soltó una leve sonrisa y camino hacia el capitán de una forma bastante temeraria.
- Acepto – dijo José Luis sin siquiera preguntarle al capitán.
Los dos segundos al mando tuvieron un duelo. Los dos se pararon uno al frente del otro a unos diez metros de distancia. El resto de marineros de ambas tripulaciones se colocaron a los costados, a una distancia prudente para no ser impactados ellos. Los novatos no querían ver como José Luis hacía semejante locura. Los veteranos si estaban bien, algunos de ellos riéndose por dentro. Aquello que marcaría el disparo sería un cañón que dispararía el barco enemigo al mar.
Se miraron el uno al otro durante varios segundos. El silencio llenó la zona. El palpitar de los corazones se podía escuchar. Y por un breve momento hubo paz. Muchos no querían ver como uno de sus compañeros moría así que cerraron los ojos, enfocándose en el sonido de las olas. Entonces sonó un fuerte estruendo y al mismo tiempo sonó un disparo unísono. Por un momento nadie supo que pasó. Los dos se quedaron parados luego del disparo. Después de unos el segundo al mando enemigo cayó en sus rodillas, para luego caer aún más rápido de cara al piso. Todos los tripulantes del Libertalia empezaron a festejar. Sin embargo, José Luis empezó a expresar dolor. Aquello sorprendió a los tripulantes. Pudieron ver un pequeño detalle. José Luis estaba sangrando por un costado de su cabeza. Fue rápidamente atendido por Mario y Juan Nicolás, quienes anunciaron que la bala le dio en la oreja, amputándole un pedazo. Por pocos centímetros, estaría muerto. Luego de esto los piratas, aunque humillados se fueron con decencia. No querían tener más bajas. De todas formas, ya tenían el botín en su barco. El Libertalia vivió varios festejos por el resto del viaje. Tomaban juntos y se reían en grupo. Poco a poco los novatos ya no eran novatos y ganaban experiencia.
Un día lograron ver una pequeña tierra que sabían perfectamente que era. Sicilia. Finalmente habían llegado. Allá fueron a la ubicación acordada y dejaron veinticinco cofres. Ahí estuvieron varias semanas hasta que llegó Giordano, quien les dio la paga de los cinco cofres. Con esto tendrían dinero suficiente para cada uno irse del Libertalia y vivir una vida plena en cualquier parte del mundo.
En aquella noche tomaron como si fuera la última vez e incluso varios se pusieron tristes. Wright no podía evitar hacer una simple pregunta.
- ¿Qué harán ahora, mis marineros? – preguntó Wright a sus nuevos camaradas. Ninguno respondió
Después de un momento se paró uno de los marineros. Aquel noble hombre fue Patiño.
- Me quedaré en su barco señor, si me lo permite – le dijo Patiño con los ojos llorosos.
Luego se levantó Tomás.
- Yo también capitán – dijo Tomás
Ante esto se levantaron Mateo, Juan Pablo y Simón, luego Raúl, Hernando, Alejandro y Santiago.
Aún con dudas se mantuvieron firmes.
Finalmente se levantaron Daniel, Pablo, Madrid, Julián, Juan Nicolás y Juan Camilo.
Todos asintieron y expresaron el mismo mensaje.
- Nos quedaremos en la tripulación – dijeron todos.
Con lágrimas en los ojos, Wright miró al cielo, y lo único que dijo fue ‘’gracias’’.
El Libertalia siguió con la misma tripulación por muchos años más. Los novatos que ya no eran novatos seguían creciendo y los veteranos se volvían más viejos. Sin dudas el Libertalia había sido una de las cosas más importantes en las vidas de aquellos nobles marineros que le dedicaron su vida al mar. Tuvieron muchos problemas en los mares, pero ninguno que no pudieran enfrentar.
En el año 1885 regresaron a Cartagena. Wright estaba pronto a retirarse al igual que varios de sus compañeros, con quienes compartió toda una vida. Fue entonces que en el muelle se reunieron todos.
- Muchachos – dijo Wright -, déjenme decirles que estoy orgulloso de ustedes. Estoy muy feliz de ver lo mucho que han crecido. Ya algunos de ustedes tienen barba e incluso tienen hijos. Yo nunca me casé. Nunca formé una familia. Pero si soy honesto con ustedes para mi ustedes son mi familia. Se convirtieron en hermanos. Luchan por el otro. Eso es hermoso. Tienen una vida por delante así que no la desaprovechen. Lamentablemente mi tiempo en este mundo cada día se agota. Ya estoy cansado. Es por eso que…
En ese momento Wright soltó una lágrima, y toda la tripulación estaba a punto de hacer lo mismo.
- Es por es que me quedo – continuo Wright -, Deben seguir sin mí. Me quedaré en Cartagena el resto de mis días. Yo sé que lograrán cruzar todos los mares sin mí.
Ante esto varios cayeron en llanto. Todos y cada uno de ellos le dieron un abrazo a Wright y a aquellos que se quedarían en Cartagena. Luego se subieron de nuevo al barco. Y después de unos minutos zarparon.
José Luis y varios veteranos se quedaron en Cartagena junto con Henry. Todos observando el muelle, mirando cómo se alejaba el barco. Lograron divisar a uno de los marineros, Juan Pablo, montado en la proa quien alzó sus brazos y gritó ‘’gracias’’. Todos los viejos marineros lo escucharon desde el muelle. Ahí estaban Wright, Moncho, Bornachera, César, Gustavo, Suárez, Mario, Heiber, Geovanny, Lemus, Padilla, Daniel, Kevin, Puello, Andrés, Diego, Zárate, Walid, Fernández y demás marineros veteranos.
- Sabes Wright – dijo José Luis -, ellos siempre estarán acompañados por el guacamayo del Libertalia. No te preocupes por ellos. Han crecido. Ya no son niños.
Fue entonces como el Libertalia se alejó por el mar, y se escondió tras el horizonte cual sol en el ocaso. Pero este sin dudas sería tan solo una nueva aventura para aquellos hombres. Una etapa terminó, pero el ocaso del Libertalia aún no ha llegado.