LA INTENCIÓN DE UN HIJO
Por: Juan David Martínez
I
El pensamiento que me prorrumpe catarsis:
ser pertinaz imagen de mis predecesores,
la sonrisa matutina y el alivio de mis progenitores,
pernocta conmigo en cada ocasión
que nada veo y la oreja poso en mi almohada.
II
Despierto entonces, y pervive mi pretensión:
ser la palabra eterna que predique de mí su orgullo,
lágrima dulce que lloren sus ojos al verme
y notar airadamente que acto soy de los regaños suyos.
Arráigase en mí, la poseo y procede en mí, esa mi intención.
III
Cúmulos de millares de aconteceres, y aquí hela aún.
Ser el suspiro último que den al arribar su senectud,
grito estentóreo de loor que sus pulmones expulsen
cuando sea ya su voz caduca e infinitesimal.
Ese suspiro de ellos vislumbro, y sé que debo ser yo.
IV
En todos los días que vivo, esa cuita es en mí.
Anhelo ser lo correcto y lo justo de sus iras,
la rectitud de ánimo que en ellos vi.
Quisiera ser la sapiencia amorosa en su lid,
esa que me revela de sus rabias el sentir.
V
Acaéceme después tamaña frustración,
pues yo, bisoño, lloro y me retuerzo
al saber que no soy aún la consecución
de la etérea desnudez de sus idearios y sueños.
VI
Pasan tristes horas y vuélvome el bajo autor
que engendra letras de encono hacia sí,
hasta que Padre Dios llega a ejercer su frenesí.
Y más que mi dolor, su ternura hace fulgurar.
Y siéntome existir mejor en las horas tristes.
VII
Llega el momento, y opacamente a mi almohada vuelvo.
Descubro lo sincero: mi encono es hacia el tiempo.
Él, en su catadura de perfidia, me fastidia,
pero Dios y los de la Stoa pacifican mi lidia
pues vale más siempre el ánimo que la fortuna.
VIII
Culmina el día y mi divisar,
y sé que una cosa sólo es lo que quiero.
IX
Por la memoria de ser su crío en días añejos,
como hizo con los suyos Rosendo Romero,
ansío robarle los minutos a las horas
para que mis padres nunca se me pongan viejos.
Editor: Reyes Montes.