I. DESCONOCIDO
Por: Juan Pablo Benedetti
En aquel momento, me encontraba caminando sin rumbo aparente en la ensordecedora ciudad donde vivía. Cientos de personas iban y venían en todas las direcciones posibles. Todos eran desconocidos para mí. No conocía ni sus nombres, ni sus vivencias, ni sus formas de ver la vida. Mucho menos conocía qué pensaban de mí tan solo con verme unos cuantos segundos. Seguramente estarían en la misma situación en la que estoy yo.
Desconocimiento absoluto. Recuerdo que vi un hombre usando un traje. Portaba en su mano derecha un portafolios repleto de hojas mientras caminaba de una forma apresurada viendo el reloj en su mano izquierda. Realmente no conocía nada de su vida y, honestamente, no me importaba mucho. Lo único que podía identificar es que iba tarde a su trabajo, o algo de la misma índole.
Recuerdo ver a un señor usando bastante ropa. Caminaba lento y parecía estar un poco cansado. Lo único que se me pasaba por la cabeza es que era un drogadicto y algún mendigo. En esta ciudad, no es muy raro ver mendigos, especialmente en aquellas horas nocturnas en las que me encontraba.
Vi pasar a una pareja comiendo un helado entre los dos. Se veían muy felices y no pude evitar sentirme un poco adolorido por el reciente desamor que había recibido en mi vida. No le puse importancia a ninguno de estos casos y seguí mi rumbo, tal cual como ellos seguían el suyo.
Continué marchando por las calles y todo estaba tan abrumador como siempre. Muchas personas caminaban por la acera, produciendo un ruido constante y ensordecedor que ya me estaba empezando a molestar. Es increíble cómo parecíamos un enorme rebaño de ovejas, siguiendo distintos caminos, con distintos objetivos. Nadie conocía a ninguna de las personas presentes y seguramente a nadie le importaba. Para cada uno de ellos, el resto simplemente hacía parte del ambiente de la ciudad. No eran parte de su vida. Eran tan comunes, repetitivos e insignificantes como una fila de hormigas buscando pan.
Las otras cosas no eran la excepción. Ya he visto muchas veces los mismos carros ir en las mismas direcciones siguiendo las mismas señales. Ya he visto cientos de edificios e incontables postes de luz. Nada en esta ciudad me impresiona.
Justo en el momento en el que llegué a la esquina de la cuadra, me detuve, miré hacia la izquierda y me topé con mi objetivo. Finalmente había llegado. La razón de estar caminando estaba frente a mis ojos y sin darle muchas vueltas al asunto me acerqué y abrí las puertas del establecimiento, dejando atrás la triste ciudad en la que me encontraba con la esperanza de poder relajarme un rato con un buen trago en mis manos.
Realmente muchos pueden pensar que es una pérdida de tiempo o un mero capricho estar ahí. Dicen que, en vez de estar perdiendo el dinero en trago los fines de semana, debería estar trabajando o avanzando proyectos. Eso me decía mi jefe absolutamente todos los días.
Trabajo en una firma de abogados. El pago no es para nada malo: me permite tener una vida cómoda. Ahora mismo, estoy viviendo en un apartamento no tan grande al norte de la ciudad. No tengo carro porque me resulta muy costoso mantenerlo. Para ahorrarme ese dinero, me transporto en bicicleta. Mi apartamento es para que vivan unas dos personas. Tener uno de este tamaño me permite vivir de una forma más cómoda.
Tengo la misma rutina desde hace unos dos años. Empiezo a trabajar a las diez de la mañana y termino a las seis de la tarde. Tengo un descanso de una hora a la una. Aprovecho para almorzar a esa hora. Todos los días llego a mi casa a las siete de la noche y me quedo descansando hasta dormir. La firma de abogados no era tan conocida, por lo que no nos llegaban casos tan seguido, y generalmente los casos que llegaban eran menores. No podía decir que odiaba mi estilo de vida. Estudié para ser un abogado y trabajar en casos; pero claro, yo quería más. Obviamente quería trabajar en una mejor firma o incluso crear una propia: tener los mejores casos a mi disposición y ganar mucho más. Tenía la esperanza de que algún día llegaría algo que cambiara mi vida profesional y hasta hoy sigo esperando. Para desahogar mi estrés profesional, iba todos los viernes a tomar a distintos lugares. Y no únicamente por aquello.
Di varios pasos al frente ignorando todo lo que me rodeaba hasta llegar al bar. Una vez llegué, el bartender me miró a los ojos y con una sonrisa un poco apagada me dijo —Bienvenido a Nevermore Pub señor, ¿qué le gustaría tomar esta noche?
—Solo deme una cerveza, la más barata que tenga —le dije casi sin dejar que terminara de hablar.
Ahí estaba, sentado en el mostrador esperando a recibir mi bebida, con la esperanza de que me subiera los ánimos. Mientras el bartender servía algunos pedidos, pude notar que en algunas ocasiones me miraba con algo de curiosidad. Después de un rato, me entregó la botella de vidrio acompañada con un vaso.
—Puede llevarse el vaso, no lo usaré —le dije.
El hombre lo recibió y lo guardó de vuelta en el preciso lugar de donde lo sacó en un principio. Luego, prosiguió a seguir preparando pedidos de otros clientes, pero esta vez se dirigió a mí.
—Perdone mi imprudencia, su rostro me parece conocido. ¿Acaso esta no es la primera vez que usted viene a este establecimiento? —me dijo el bartender mientras preparaba una malteada alcoholizada.
—No lo es. Vine el viernes pasado —le dije, manteniendo mi interés principal en la cerveza.
—Es bueno saberlo. En este bar, hay muchos rostros que vienen constantemente, es posible que usted sea un nuevo cliente recurrente. En ese caso bienvenido, aquí siempre estaré para servirle.
Me impresionó que el bartender me recibiera como un cliente recurrente. Esto hizo que me sintiera un poco más cómodo en el bar, a comparación de los mil bares que he visitado en mi vida.
—Muchas gracias —le dije de vuelta, cortando la conversación para poder disfrutar de lo único que me importaba en este mundo.
En ese instante, el mundo por fin pasó a ser simple. Únicamente éramos mi cerveza y yo. No quería más nada que estar relajado por horas en ese lugar. Pero como todo bar nuevo, me sentía un poco solo: no tenía a nadie con quien hablar.
Un sentimiento constante que me perturbaba diariamente era la soledad. Realmente, no tenía amigos donde vivía. Tampoco familia. Mucho menos pareja. Durante estos pocos años trabajando en la firma, éramos mi bicicleta, mi apartamento y yo. Mis únicos dos compañeros. No me dolía demasiado; ya estaba acostumbrado desde niño a que nadie me hablara. Después de todo, siempre fui alguien callado y supongo que seguirá siendo de esa forma. Solían decirme que la culpa de que tuviera tan pocos amigos era completamente mía. Algunos me reclamaban que se debía a que no me abría con los demás. Aceptaba esta razón. Pero otras personas decían que era por ser una persona egocéntrica, y esto realmente, hasta ese momento de mi adultez, me sigue molestando.
Cuando tomé el primer sorbo de mi trago, revisé los rostros de las personas que estaban en el bar. Lo primero que pude ver me causó mucha curiosidad: un rostro conocido.
Me llamó mi atención. Era la primera vez que veía el rostro de alguien y me parecía muy familiar. Sentía que era una persona que ya conocía; pero aún estaba en proceso de identificarla. Había muchas cosas de mi pasado que no recordaba muy bien. Otras, me atormentaban, la segunda de las razones por las que estaba ahí.
Aquel hombre estaba sentado con un enorme vaso en la mano. Tenía el cabello largo y ondulado. Traía puesta una chaqueta negra de cuero sobre una camiseta gris. Traía la barba corta, pero se le notaba bastante por el color oscuro y marcado.Hablaba con el bartender sobre algo no alcanzaba a escuchar. Notaba su rostro un poco maduro pero alegre. Sentía un poco de envidia al ver al hombre que parecía ser de mi misma edad. Estaba haciendo lo mismo que yo, pero él parecía estar feliz. ¿Por qué otra razón estaría en el bar si no era para ahogar la tormenta?
Pronto lo descubriría.
El hombre me miró y quedó congelado por unos segundos. Luego, se levantó de la silla ignorando las palabras del bartender y fue directo hacia mí. Una vez se acercó, mis neuronas finalmente se conectaron. Ya sabía quién era aquel hombre y por qué me resultaba conocido.
Me levanté de la silla y quedamos frente a frente
—Marcus —me dijo el hombre con una sonrisa en el rostro.
—Andrew —le respondí con la misma energía.
El hombre era un viejo amigo. Creo que incluso lo podría llamar mi mejor amigo. No nos veíamos desde que nos graduamos de la preparatoria hacía unos ocho o nueve años.
—No puede ser, de verdad tengo a Marcus en frente mío.
—Lo mismo digo, nunca pensé que te volvería a ver.
—¿Qué haces aquí en Nueva York?, pensé que te habías quedado en Massachusetts.
—Cuando me gradué de la universidad, me mudé, pero no sabía que tú también te habías mudado.
—Claro, fui a estudiar a Reino Unido, pero me ofrecieron trabajo aquí en unas vacaciones y decidí quedarme.
Estaba realmente sorprendido de verlo. Fue mi mejor amigo en la juventud. Hacíamos muchas cosas juntos y él siempre me ayudaba bastante. Era como el hermano que nunca tuve.
—¿Desde hace cuánto estás aquí? —le pregunté a Andrew.
—Estoy aquí prácticamente desde que me gradué de la universidad, hace unos tres años.
Luego, me di cuenta de que estábamos parados en toda la mitad del bar. Era mucho más prudente que habláramos sentados.
—Andrew, ¿qué te parece si nos sentamos? Este reencuentro merece una larga charla.