II. AYER
Por: Juan Pablo Benedetti
Andrew y yo nos conocimos en bachillerato. Cuando eso ocurrió, los dos éramos introvertidos. Aún lo recuerdo muy bien. Era uno de mis primeros días en aquel colegio y estaba en primer año. No conocía a absolutamente nadie y no tenía mucho afán de conseguir nuevos amigos. Mis mayores intereses en ese entonces eran los videojuegos, ver películas de ciencia ficción y leer libros del mismo género y de fantasía.
Un día en la escuela estaba almorzando solo en una banca, sumido en el maravilloso libro que estaba leyendo. Pronto, noté cómo alguien me miró y se acercó a mí.
—¿Estás leyendo Dune? —me dijo Andrew por primera vez.
Recuerdo sentirme un poco nervioso en ese momento, ya que realmente no estaba acostumbrado a hablar con nadie, mucho menos con desconocidos.
—Sí —le dije de una forma muy seca.
No me dirigí hacia él de esa manera con mala intención, sino porque no sabía qué decir. Era muy introvertido o, más bien, no tenía amigos.
—Deberías leer las secuelas, son muy buenas —me dijo.
—¿Hay más libros? —le respondí, esta vez con un poco más de ánimo.
—Claro que hay más libros. El Mesías de Dune, Hijos de Dune y otros. De verdad te los recomiendo, los leí todos.
—Gracias por la recomendación.
En ese momento hubo un pequeño silencio, pero pronto él lo rompió para presentarse.
—Mi nombre es Andrew —me dijo mientras me estrechaba la mano.
—Marcus —le dije de vuelta.
Esa fue mi primera conversación con Andrew. Fue un poco seca pero realmente quedé sorprendido, nunca pensé que a alguien más en ese colegio le gustara Dune.
La interacción terminó dando frutos, ya que al día siguiente, a la hora del almuerzo, estaba caminando hacia la misma banca del día anterior, cuando a lo lejos vi a Andrew haciéndome señas. No logré distinguir si realmente me estaba haciendo señas a mí, pero no tuve otra opción más que captarlas. Movía un brazo rápidamente de afuera hacia adentro. Concluí que me estaba llamando para ir a su mesa, donde estaban sentados él y otros dos amigos. Nos la pasamos hablando de ciencia ficción. Fue la primera vez que hice amigos en el colegio.
Con el tiempo, Andrew y yo nos hicimos mejores amigos. Él era más extrovertido que yo, por lo que me ayudó a conocer a una que otra persona.
Hacíamos muchas cosas los dos y con otros amigos. Salíamos a montar bicicleta, creamos una banda en el patio de Andrew, discutíamos de películas y jugábamos videojuegos en los recreos. Con el tiempo fuimos creciendo y nuestros intereses cambiaron un poco. Andrew conoció a un estudiante de último año que lo invitó a todas las fiestas existentes. Él también me invitaba, pero tardé unas cinco fiestas en aceptar ir a una.
Pronto, Andrew y yo nos vimos sumidos en el mundo social, y con ello vinieron muchas cosas nuevas para ambos (aunque yo siempre fui reservado y realmente no hice amistades además de las que ya tenía, que podía contar con los dedos de una sola mano).
En una fiesta, Andrew conoció a una chica y se quedó con ella toda la noche. Se hicieron buenos amigos y, con el tiempo, novios. Estuvieron juntos hasta la graduación; no sé si aún lo están. Por mi parte, tenía mucha incertidumbre en el amor y, durante este período de mi vida, nunca me aventuré. Al final, me gradué soltero con un historial de cero novias.
Nuestra promoción planeó una fiesta fuera del colegio, y posiblemente fue la mejor a la que he ido. En ella, durante la madrugada, Andrew y yo nos sentamos en la entrada de la casa. Era la última vez que nos veríamos, ya que pronto se iría a Reino Unido. Nos quedamos hablando de nuestras vidas, nostálgicos por los últimos cuatro años en los que habíamos sido hermanos y recordando lo mucho que nos habíamos ayudado. Cuando llegaron los padres de Andrew a recogerlo, soltamos lágrimas. Prometimos no perder contacto y volvernos a ver algún día. Esa fue la última vez que lo vi.
Hoy, en el bar, Andrew se veía muy distinto. Parecía maduro y mucho mayor de lo que realmente era. Los dos teníamos la misma edad, pero yo me veía prácticamente idéntico a cuando me gradué.
—Cuánto tiempo ha pasado, Marcus —dijo Andrew.
—Demasiado. Me parece que casi una década —le respondí.
Realmente, no tenía la menor idea de cuánto tiempo había pasado desde que me gradué de bachillerato. Poco después, me sorprendí a mí mismo, ya que me di cuenta de que nunca me había puesto a pensar en ello. Al final, hice los cálculos mentales, considerando mi tiempo en la universidad y mis ya dos años trabajando. Llegué a la conclusión de que habían pasado ocho años.
—Me parece que son ocho años. Ambos tenemos veintiséis años. Eso no es poca cosa —dijo Andrew.
—Sí, muchas cosas han pasado, amigo —le respondí.
—Por supuesto que mucho pasó en ocho años, Andrew.
Una parte de mí quería evitar hablar sobre todo lo que había pasado en mi vida desde que me gradué, así que opté por discutir un tema más ligero.
—Oye, ¿recuerdas cuando teníamos nuestra banda en tu patio? —le dije a Andrew, intentando rememorar los viejos tiempos.
—Claro que la recuerdo —me dijo de una forma alegre y nostálgica.
—Ni siquiera recuerdo cómo nos llamábamos.
—Era algo como…
—Tenía la palabra ghost en el nombre.
—Ghost…
—¡Ghostrack!
—¡Ghostrack! Claro —dijo casi riéndose.
—En verdad era un nombre muy estúpido.
—Qué dices Marcus, si yo se lo puse.
—Yo pude haber puesto uno mejor, por eso en el colegio se burlaban de la banda.
Pronto, los dos nos echamos a reír, se sentía bien recordar aquellos tiempos en los que mis preocupaciones y arrepentimientos eran considerablemente menores.
—¿Qué tocábamos? —pregunté a Andrew.
—Ya ni recuerdo, si no me equivoco tocábamos rock pesado.
—Me parece que tocábamos muy mal.
—Por supuesto que éramos malos, no teníamos ni idea de música y se nos dio por tocar canciones de Iron Maiden.
Los dos nos quedamos callados. El silencio duró menos de cinco segundos.
—¿Y qué hay de la vez que conseguimos armas de paintball y le manchamos todo el carro al profesor de matemáticas? —le dije a Andrew, nostálgico.
—Había olvidado eso. Qué bien que nadie nunca se enteró que fuimos nosotros.
—Y también recuerdo cuando se varó tu carro en un 7-Eleven e hicimos camping en el parqueadero.
—Claro, recuerdo que el cajero nos echó después de una hora y nos tocó irnos caminando a un teléfono público para llamar a nuestros padres.
Luego de esto, los dos nos reímos y seguimos hablando de todos aquellos bellos momentos de la juventud, juventud que aún guardaba en mi corazón y me causaba la más grande nostalgia. Fue lo único que me mantuvo de pie estos últimos años. Más pronto que tarde, las bebidas empezaron a hacer efecto y la conversación empezó a tornarse mucho más profunda.
En un punto, Andrew se levantó un momento para ir al baño y otra vez éramos mi vaso casi vacío y yo.
—¿Desde hace cuánto se conocen? —me preguntó el bartender.
—Desde hace muchos años, en bachillerato—contesté de forma indiferente por segunda vez.
—Esas amistades son para siempre, qué bueno que la hayan encontrado aquí.
No respondí de vuelta.
—Yo también conozco a Andrew, te vendría muy bien hablar con él —me dijo el bartender.
—Claro, eso estoy haciendo.
—Necesito que guardes una pregunta, y créeme que te va a servir.
—Dime —le respondí, esta vez con un poco de intriga.
—“¿Por qué estás aquí?” Hazle esa pregunta cuando lo veas necesario.
No comprendía las intenciones de este hombre, pero he de admitir que me causó bastante curiosidad lo que me dijo.
—Lo tendré en cuenta —concluí.
Andrew salió del baño y volvió a sentarse al lado mío, pidiéndole otra bebida al bartender. Me miró con seriedad y pude notar un poco de empatía en su mirada.
—Has cambiado mucho Marcus. Cuéntame, ¿cómo te ha tratado la vida estos últimos años?
¿Cómo me había tratado la vida los últimos ocho años? Realmente tenía una respuesta muy clara, pero mi mente prefería ignorar las razones. Tenía dos opciones. La primera, decirle que estaba bien, aunque lo más seguro es que supiera que era mentira, ya que pude notar algo en su mirada: la razón por la que me había hecho la pregunta. La segunda opción era directamente contar todo, opción mucho más práctica, pero difícil para mí, ya que requería revivir los detalles, detalles que quería olvidar. Opté por la primera.
—Me ha tratado bien —dije, sin incluir nada más.
Andrew, de pronto, puso una sonrisa. Tardé un momento en darme cuenta de que no era una sonrisa de felicidad, sino de burla.
—¿Acaso crees que nací ayer, Marcus?¿Me viste la cara de idiota? Te ves terrible. Hace un rato, cuando te vi por primera vez, tenías la mirada perdida en tu vaso y no había chispa alguna de felicidad en tu rostro. Eso sin mencionar que estás en un bar tomando tú solo. Es obvio que te pasa algo.
—Vengo a tomar porque me gusta, y solo los psicópatas sonríen cuando están solos. Ni siquiera tú sonríes solo —le respondí de una forma un poco agresiva.
—Marcus, hay algo que puedo ver en tu rostro que he visto muchas veces, y créeme cuando te lo digo —me dijo de una forma calmada, evitando cualquier tipo de conflicto.
Me quedé callado por un momento sin saber qué decir. Ahora solo me quedaba una opción, y era contarle la verdad, aunque no sabía si tenía la valentía para hacerlo.
Antes de hablar, me puse a pensar ensimismado. Ya llevaba tanto tiempo intentando olvidar sin ningún éxito, que hasta a mí mismo se me dificultaba procesar los hechos. Una parte de mí quería deshacerse de todo, pero la otra se aferraba y no soltaba ni un hilo. Esta lucha constante me mantenía siempre atormentado y, cuando me sentía bien, volvía el pasado para molestar mi presente.
Los recordaba a la perfección, pero no era capaz de pronunciarlos en voz alta. Realmente no le había contado nunca a nadie mis cosas estos últimos años y, ahora que tenía la oportunidad en frente mío de soltar todo, me quedé congelado, congelado en las memorias.
—Deme un vaso de agua, por favor —le pidió Andrew al bartender, probablemente para romper el silencio sin interrumpir mis pensamientos.
¿Por dónde podría empezar? Empecé a excavar en mis recuerdos para darle una experiencia cronológica, y llegué hasta el día de la graduación.
*
—Creo que todo empezó en la graduación —comencé—. Estaba muy emocionado y asustado al mismo tiempo. Todos los años de colegio llegaban a su fin y se acercaba una nueva etapa. En la ceremonia, pude ver a todos nuestros compañeros. Algunos estaban felices, sonriendo. Otros estaban llorando de nostalgia, unos pocos de alegría. Yo estaba feliz. Probablemente se notaban los nervios de empezar la nueva etapa. Tendría que dejar el nido y empezar a volar por mí mismo. Me fascinaba, pero al mismo tiempo me asustaba mucho. Había una sola cosa que no sabía: qué iba a hacer luego de esto. Claro, estudiaría derecho en la universidad, pero no sabía realmente qué iba a ser de mí, elegí la carrera por el pago y porque mis papás también son abogados. En ese momento, no le di muchas vueltas al asunto. Tardé un poco en acostumbrarme a mi estilo de vida en la universidad y, después de un tiempo, me di cuenta de que la carrera no me llenaba, pero decidí seguir intentándolo por el salario y, mayormente, porque tenía miedo de decepcionar a mis padres diciéndoles que no quería continuar, perdiendo muchísimo dinero en el proceso. Un día, en la universidad, me encontraba escribiendo un proyecto en la cafetería cuando…
De repente, me quedé en blanco. Quieto. Completamente callado. Ni siquiera voy a explicar por qué, pero a ese punto no tenía vuelta atrás: tenía que seguir hablando.
—¿Marcus?
—Estoy aquí, perdón —le respondí, para luego seguir contando—. Estaba en la cafetería, trabajando en un proyecto en mi portátil, sin prestarle atención a nada a mi alrededor. En un momento, pude notar a alguien al frente mío y alcé la mirada. Quedé pálido y noté a una mujer de mi edad, probablemente estudiante. Era posiblemente la persona más hermosa que había visto jamás. Tenía el pelo largo y liso, oscuro con un brillo hipnotizante. Ojos color celeste, tan cristalinos y bellos que sentí que penetraron en mi alma. Recuerdo que en ese momento mi corazón empezó a acelerarse y me vi perdido en su mirada. “¿Me das un permiso? Estás en la entrada del baño” me dijo. De un momento a otro, me sentí como un idiota. Tan solo vino a hablarme porque tenía que ir al baño. Qué vida la mía. ¿Siquiera soy guapo? No le di muchas vueltas al asunto y seguí trabajando en mi proyecto.
Un rato había pasado y me metí a mis archivos de música. Creí que me iría bien trabajar escuchando algo. Buscando en mi extensa galería, llegué a un álbum en concreto. Se trataba de OK Computer, un álbum de Radiohead. Una vez que lo puse, la portada del álbum apareció en grande en la pantalla de mi computador, y en ese momento escuché cómo se cerraba una puerta detrás de mí. Pronto, volví a escuchar la misma hermosa voz que me había dicho minutos antes que me quitara de su camino. Me dijo, de una forma muy emocionada, que le encantaba OK Computer.
Recuerdo que, en ese momento, me sentí muy bien; era un sentimiento hermoso causarle interés a otra persona. Luego, empezamos a hablar, primero de música y después de la universidad. Ella misma fue a buscar una silla para sentarse en mi mesa. Ahí nos quedamos un rato y, antes de irse, me dio su número. En ese momento, me sentí el hombre más afortunado del mundo. Pasaron los días y seguimos hablando. Nos veíamos en el campus de la universidad y salíamos los fines de semana a hacer cualquier cosa. Estaba absolutamente enamorado y durante mucho tiempo me sentí pleno. Si bien yo no estaba buscando pareja o algo por el estilo, debo admitir que siempre hubo un pequeño pedazo en mi corazón que hacía falta y, una vez que llegó ella, no necesitaba nada más. El tiempo pasaba y las cosas iban mejorando. Sentía que todo era correspondido y estaba dispuesto a darlo todo por ella. Yo sabía que no era perfecta. Por supuesto que tenía defectos, como todo el mundo. Pero nada de eso me importaba. Sin duda, quería pasar el resto de mi vida a su lado. Viajar juntos. Tener una familia juntos. Envejecer juntos. No quería nada más. No quería que ella fuese un amor pasajero, mucho menos que terminara siendo parte del conteo de amores pasados. Ella era la definitiva. Lo sentía.
Cabe aclarar que en ningún momento fuimos pareja, solo amigos; pero yo sentía que había algo más, y por eso estaba como estaba. Para mi tragedia, un día simplemente algo pasó. O, más bien, no pasó. No volví a saber de ella. No me volvió a llamar. No volvió para decirme buenos días todas las mañanas. No volvió a aparecer por la cafetería. No volvió a pasear por el campus. No volvimos a escuchar música juntos. No volvimos a hablar de nuestro futuro. No me dio señales de vida. Nada. Absolutamente nada.
Eso me dio muy duro. Estaba acostumbrado a hablar con ella todos los días. Perdí el hilo de mi propia rutina y caí en la desesperación. Me di cuenta de que no solo no me gustaba mi carrera, sino que la odiaba. Mis notas empezaron a ir cada vez peor y estaba en riesgo de expulsión por pésimo desempeño.
Me vi obligado a olvidarla, sin siquiera saber por qué. Llegó y se fue tan rápido como una brisa de verano.
Me gradué como abogado y empecé a trabajar en una firma que apenas estaba empezando. Nunca me fue bien, no soy para nada pobre, pero vivía más cómodo en mi nido cuando era niño. En esa época, me sentía como un don nadie. No volví a enamorarme jamás y me volví esclavo de un trabajo que odiaba solo por complacer a mis padres. No tenía tiempo para mí. Tuve que trabajar día a día para producir. La gente dice que el pobre es pobre porque quiere, pero no hay nada más erróneo que eso. Yo no podía preocuparme por qué iba a comer dentro de un mes. Tenía que preocuparme por comer hoy. Mi pago era quincenal, y solo si nos llegaban casos.
Fue en ese momento que empecé a tomar. De bar en bar. Por unos cuantos meses hasta que llegué aquí, y me encontré contigo, Andrew. Creo confirmar que soy víctima del desamor, de los sueños frustrados y de la soledad. No sé si logre alcanzar la paz algún día.
*
Los ojos se me empezaron a poner llorosos y miré hacia el suelo para evitar mostrar debilidad. Andrew ahora me miraba con una cara seria. Pude percibir empatía en su mirada.
—Te entiendo Marcus, sé que la vida no es fácil —dijo Andrew.
No le respondí, solo seguí llorando sin mirarlo a los ojos, encerrado en mis propios pensamientos.
—Yo también he pasado por cosas difíciles, amigo, no te preocupes: las cosas van a mejorar.
Seguí sin prestarle atención.
—Solo tienes que darte una oportunidad a ti mismo. Cambia en lo que puedas cambiar y analiza todo lo que puedes hacer.
De nuevo, no presté atención.
—¿Marcus? —preguntó Andrew, esta vez un poco más serio.
—¿Marcus? —repitió aún más fuerte.
—¡Marcus! —gritó, esta vez agarrándome del brazo
Yo seguí llorando sin prestarle atención. Siendo honesto, no recuerdo haberlo escuchado.
De una forma decidida, Andrew se bajó de la silla del bar y puso su brazo izquierdo en mi hombro, para luego volver a llamarme. No respondí. Luego sentí un fuerte dolor en mi abdomen y me desplomé sobre mi espalda, cayendo seco sobre el piso, mirando hacia el techo. Fue ahí cuando procesé que Andrew me había dado un puño en el abdomen. La caída me sacó todo el aire y ahora estaba alerta. Realmente me dolió. Finalmente, Andrew se me acercó y me dio la mano para ayudar a levantarme.
Sentí una pequeña furia interna ante las miradas de los extraños en el bar. Apreté mi nudillo y se lo lancé a Andrew justo al rostro. Él, sin dificultad, lo evitó, agarrando mi puño con su palma, justo antes de que impactara. Luego me calmé, y le pedí perdón.
—Marcus, veo algo en ti. De hecho, veo muchas cosas. Tú no eres ningún protagonista de novela. ¿Acaso crees que eres el único que pasa por cosas malas? Ahora, te invito a que seas un poco humilde y te des la oportunidad de escuchar a los demás. Las otras personas te pueden ayudar como no tienes idea, así que no te encierres en ti mismo y escucha.”
Quedé perplejo ante sus palabras. Realmente, no me había puesto a pensar en que estaba siendo un poco egocéntrico al concentrarme solo en mí mismo. Ahora un poco más consciente, después del golpe y estas palabras, estaba dispuesto a escuchar a Andrew.
—Si me lo permites, Marcus, es mi turno de contarte mi historia.