Por: Germán Romero
“I think that there is just one kind of folks. Folks”
- Harper Lee, Matar a un Ruiseñor
En la Nueva York de los años ochenta, el artista más importante del mundo no podía coger un taxi. Me imagino que, una noche, se paró en las afueras de The Mudd Club –un club nocturno/galería en el centro de la ciudad al que frecuentaba– a esperar uno. Pasó el primero, lo ignoró y lo hizo recordar los golpes de su padre. Pasó el segundo, se fue de largo y sintió un dolor parecido a cuando lo atropelló un carro de niño, evento de donde surgiría la pasión por la anatomía que solía materializar en sus obras. Pasó el tercero y se imaginó un mundo lejano e infantil donde los críticos regañaban sus piezas por los trazos de su pincel, no por el color de su piel. Pasó el cuarto y se olvidó de todo eso. Ya no le importaba su arte, ni el racismo, ni la pobreza, ni la injusticia, ni la opresión, ni los problemas sociales de su comunidad: solo quería coger un taxi. Quizá fue en esa noche que Jean-Michel Basquiat se convirtió en el pintor más exitoso de la historia de los Estados Unidos.
Pero, a mis ojos, ese no fue el día en el que se convirtió en el mejor. Ese título se lo debo a la madrugada del jueves 15 de septiembre de 1983, cuando se arrestó al joven Michael Stewart por grafitear una pared en la estación de la Primera Avenida del metro de Nueva York. Nunca llegó a la cárcel. En cambio, a las 3:22 de la mañana, llegó al Hospital Bellevue, donde los doctores le declararon una muerte cerebral y una hemorragia por estrangulación. En la Escuela de Diseño Parsons, varios estudiantes escucharon a Stewart gritar “¿Qué hice? ¿Qué hice?” mientras rogaba por su vida. Eso no detuvo a los oficiales, quienes no fueron más que una manifestación de la cultura altamente racista y violenta que se tenía en los Estados Unidos del siglo XX. Oficialmente, Michael Stewart murió el 28 de septiembre, trece días después de su arresto.
De la muerte de Stewart, de una tragedia tan cruel y triste, nace la mejor obra de Basquiat: “Defacement”. Dos oficiales aporreando a una figura oscura sin cuerpo, rostro o expresión distinguible. Los policías rosados, muy rosados, demasiado rosados, como cerdos; y el sometido, fantasmal y etéreo, forman un contraste que representa la guerra racial sistemática y el abuso derivado de ella. La criatura misteriosa es misteriosa por una razón. En los 80s, los blancos tenían ojos, nariz y boca. Los negros, en cambio, solo tenían piel. Su piel, sobre sus talentos y aspiraciones, era entonces lo único que importaba y, por tanto, lo único que merecía ser pintado. La reducción del hombre en la pieza no se limita a lo racial, sino que incluye también lo económico. Sobre el centro del diseño, se lee el título de la obra acompañado por un signo de copyright. Esto alude a cómo el humano pasa a ser propiedad de la fuerza pública bajo un sistema que se basa en el control a través de la sumisión física y, además, a la superioridad económica y opresión monetaria de una etnia producto de las discriminaciones hechas en contra de otras. “Defacement" se hace en drywall, en el apartamento de Keith Haring, otro artista reconocido de la época y amigo de Basquiat. No se predice ni se programa. Nace de un corazón encadenado. Es la mejor obra en la historia de su país porque Jean-Michel no la pinta por voluntad o por capricho: lo hace por necesidad. Necesidad de pelear, de luchar, de gritar. Necesidad de resistir.
El alcalde de Nueva York, Ed Koch, había sido muy fuerte con sus políticas anti-grafiti. Es cierto que esto constituye una forma de vandalismo. Es cierto además que, al ser una actividad castigada por ley, el arresto de Michael Stewart fue un gesto lícito y justificable. Sin embargo, del arresto de Michael Stewart a su muerte hay un camino muy grande. Estados Unidos tiene una biblioteca histórica muy amplia y hay una sección especial de ella dedicada al impacto que ha tenido el color en su territorio. Es imposible analizar el pasado político y social del país sin tomar en consideración las parcialidades raciales que formaban parte del pensamiento colectivo. De ahí nace la pregunta: si Stewart hubiese sido blanco y rico, ¿habría siquiera sangrado la mañana del 15 de septiembre? No. Primero, por lo evidente. Más importantemente, porque incluso si los policías hubieran bajado a la estación del metro con los ojos cerrados, no habría habido nadie a quien arrestar. Esa noche, en ese universo, Michael Stewart, ahora con los ojos azules, hubiera estado en su cuarto en los suburbios escuchando Bob Dylan y pintando en un lienzo de alta calidad con pinturas al óleo importadas de España. En ese universo, vivió para ser un exitoso analista en la bolsa de Wall Street. Pero, en este, murió por una sociedad que conspiraba en su contra, que usaba estadísticas reduccionistas para mandar más policías a su barrio porque “los de allá son más violentos”, que lo sometía bajo condiciones económicas deplorables y que no lo consideraba merecedor de la vida por el peor delito, peor que cualquier dibujo en una pared, que pudo haber cometido: existir.
Dos años antes de la tragedia, Basquiat había pintado “IRONÍA DEL POLICÍA NEGRO”. En ella, critica la participación de los oprimidos en el sistema opresor. Se puede ver que, al lado de la figura central del cuadro, está escrito: “plcemn” (de “policeman”, policía en inglés). La omisión de las vocales en la descripción de su profesión ilustra un policía incompleto quien tiene en su piel tintado un pigmento imborrable que hace que el uniforme azul donde busca caber no esté nunca a su medida. Esta explicación se fortalece por el hecho de que el cuerpo del oficial está casi completamente separado de una de sus piernas. Solo dos pedacitos de amarillo y rojo unen ambas partes, que, para mí, simbolizan los prejuicios y los sesgos raciales que intentan mantener junto un cuerpo que, por incoherencia cultural, se está desmoronando.
Désele la interpretación que se le dé, la obra da testimonio de una sociedad dividida que está presente mucho antes de cualquier acontecimiento puntual. Aunque la muerte de Stewart haya constituido el evento más crítico en el desarrollo del movimiento igualitario en el arte del siglo XX, es vital comprender que no se trata solo de eso. Miles de niños crecieron en un Estados Unidos que predicaba odio al prójimo por cómo se veía. Cientos de personas participaron en un sistema que esclavizaba a sus hermanos y hermanas. Decenas de artistas lucharon en una guerra donde no podían pelear sino con pinceles y latas de grafiti. Uno de ellos, Jean-Michel Basquiat, impactado al ver cómo habían cruelmente azotado y matado a Michael Stewart, pronunció: “Podría haber sido yo”.
Referencias:
https://www.youtube.com/watch?v=qJ-g-ci3YHk
https://www.schirn.de/en/magazine/context/new_york_downtown_and_mudd_club/