Por: Juan Manuel López
Recuerdo una tarde hablar con mi tío Flavio Ricaurte. En medio de la conversación me dijo: “Si te das cuenta, uno trabaja es por el tiempo más que por la plata”. Al ver mi cara de extrañeza, me explicó: “A ver, trabajas una cantidad predeterminada de tiempo, por la que se te paga una cantidad de dinero que te propicia cierto tiempo de calidad. Al final, trabajas ciertas horas para que te den tiempo de calidad en tu vejez con tu jubilación”.
Si hay algún problema filosófico realmente importante en la actualidad es la búsqueda de identidad. Más allá de responder el porqué o el cómo de nuestras vidas, en una sociedad altamente centralizada alrededor de la producción en la que este tipo de preguntas tienen a veces aires de utopismo, responder a la pregunta de ¿Quiénes somos?, en una sociedad en la que nuestra expresión como seres está tan reprimida como la forma en la que vivimos y reducida a la forma y cantidad que producimos, aunque no precisamente para nosotros, es dar respuesta al dilema del hombre moderno.
La existencia del hombre moderno, a diferencia de aquel proletario de la joven revolución industrial, no está totalmente sumergida en alienante labor en una jornada de más de 15 horas, sin embargo, y al igual que este, no sobran ni tiempo ni ganas de llevar una existencia plena. ¿Y a qué estoy llamando una existencia plena? El hombre se halla en este mundo con el único peso a sus espaldas de la inexorable libertad que posee, pero por las condiciones materiales (deudas económicas o sociales) del momento esta extensa libertad se ve acaudalada cual un río que se desvía hacia un solo camino: el de laburar en medios de producción privados que favorecen a solo una parte de la sociedad, parte a la que sí le sobra el tiempo como para experimentar libremente su libertad. Esto no es una problemática nueva. Ya en el siglo VII a.C., época por la que se reconoce el inicio de la filosofía occidental, gracias a la bonanza económica había ciudadanos que tenían el privilegio de dedicarse a pensar. ¿Debería pensar ser un privilegio? ¿Debería el tiempo ser, dentro de la misma sociedad supuestamente fraterna, un bien discutido?
Y no solamente pensar, el verdadero bien escaso en esta sociedad es el tiempo, tiempo para existir, que se va casi todo al trabajo y no necesariamente para disfrutar del fruto de este.
¿Qué queda por hacer? Por el enredado mundo de interrogantes económicas y políticas tan interconectadas de nuestra época, cambiar la sociedad es una empresa no imposible, pero sumamente complicada e impera de muchas condiciones materiales e históricas. Revoluciones siempre habrá, sobre todo en esta época que se ve tan cerca del colapso internacional. Sin embargo, y aunque sea una recomendación tan repetida que podría haber perdido ya su sentido, el cambio debe venir de adentro. Primero de ti, luego de un grupo, hasta que la fuerza sea tal que propicie un cambio para mejor en la búsqueda del yo. La solidaridad es un valor sumamente importante en este proceso, ayudar al prójimo a buscar su libertad, a soportar la pesadez del sistema, como hermanos por la misma causa: ¿o es que acaso alguien no quisiera gozar de libre existir?
La ilustración. Este me parece otro punto clave en la búsqueda de un norte. La existencia humana es un huracán lleno de pasión al que llamamos Vida, pasión de la cual el hombre se libera por medio del arte y las letras, arte que nos hace sentir más humanos, y por ende, vivir una vida plena. Esta pasión es, en mi opinión, lo que nos hace sentir vivos y llenos, pues nos deja atisbar la sensación del vacío y la nada, al hacernos conciliar la belleza de la existencia tanto como el dolor de esta y su fragilidad.
En conclusión, invito con este artículo a considerar si realmente se está viviendo una vida digna, y si se está viviendo más allá de estar sobreviviendo a las vicisitudes de una sociedad de empresas.